Buenos Aires, octubre de 2011.
Regresé a la oficina llena de dudas. ¿Martín me había dicho la verdad? Y si lo había hecho, ¿cuánto arrastraba de malo?. Porque no podía dejar de pensar en que él había tenido relaciones con su novia en Mar del Plata. Y tampoco podía olvidarme del incidente con Verónica, aunque habían pasado dos años del hecho. Martín me había negado una relación entre ellos, pero me costaba creerle.
Trate de concentrarme en el trabajo y el esfuerzo fue en vano. Me rendí rápido y por eso adelanté mi hora de almuerzo. Salí de la empresa, me compré medias nuevas y recorrí varias calles buscando un vestido para las dos fiestas que tenía por delante. Uno de raso con tejido de hilo encima me gustó. La vendedora me lo dio y me encerré en el probador. <<¡Ay, Dios! ¡Tengo mucha celulitis!>>, dije cuando me miré al espejo en ropa interior. <<Y se me está haciendo el pantalón de montar en las caderas. ¿¡Pero por qué?! ¡Si no estoy gorda! Voy a tener que hacer gimnasia. Y mucha>>, concluí y me puse el vestido. Me quedó bien y lo compré sin dar más vueltas.
<<Es la luz, es la luz de los probadores. Ya lo dijo Susana Giménez y tiene razón. Con esas luces se resaltan todos los defectos>>, pensé cuando me senté a mi escritorio de nuevo. <<¿Y si a Martín no le gusta lo que hice hoy? ¿Si se arrepiente? ¿Si le parece que no tengo suficiente interés en él?>>, me pregunté. <<No, no, yo le dejé en claro mi posición: si me quiere realmente, va a actuar en consecuencia. Y si no lo hace, es porque no me siente nada por mí, no por mi actitud. Tengo que mantenerme firme. Ya sé cómo son estas cosas. La celulitis no se me ve con ropa encima>>, concluí.
Más tarde, cuando buscaba en internet información sobre tratamientos para eliminar el flagelo, mi celular sonó:
―Hola.
―¡Hola! ―me dijo Martín―. ¿Cómo estás?
―Bi… bien ―le respondí con cierta sorpresa y di media vuelta sentada en la silla giratoria, para quedar de espaldas a Bety.
―¿Mucho trabajo?
―Sí, sí… ―le dije. <<Pero no estoy haciendo nada y los papeles me tapan>>, pensé.
Martín suspiró.
―Yo también acá tengo varias cosas…
―Ah, sí, me imagino…
―Todavía no salí a almorzar. ¿Vos?
―No, yo ya salí. Hace rato.
―Ah… ―me dijo y se produjo un silencio―. ¿Te duele la rodilla?―me preguntó luego.
―¿Eh? ¿La rodilla? No, no, no me duele, es un raspón. No es nada.
―No, pero las rodillas son complicadas. Hay que cuidarlas. Mirá que una infección en esa zona es jodida. Yo tengo muchos compañeros del gimnasio que tuvieron problemas…
―Bueno, pero deben ser lesiones que se hacen los hombres por levantar peso. No por una caída.
―Sí, puede ser, no sé. Pero las infecciones en las rodillas son complicadas.
―Pero no creo que se me infecte. No pa…
―Hoy estabas muy linda ―me interrumpió.
―Ah, bueno, gra… ¡gracias!
―Siempre estás linda, no es que sea hoy nada más, eh.
―Buenono, ¡gra…gra…gracias!
―Te quiero ver. ¿Nos encontramos en el pasillo de tu piso en cinco?
―¿Eh?… no, no…
―Bueno, más tarde.
―No, no, más tarde tampoco.
―¿Qué? ¿Tenés miedo de que nos vean? Vamos al piso de abajo.
―No, pero no, no.
―¿No tenés ganas? ―me preguntó.
―No, no es que no tenga ganas. Es que ya te dije… mientras estés con otra yo no quiero nada.
―Bueno, pero es vernos un ratito en el pasillo. No es nada eso.
―No, sí, pero no, no. No corresponde.
―Pero no es nada, Ana.
―Bueno, para mí sí es. Ya te expliqué.
―Pero entonces… ―dijo y se frenó―. ¿Y cómo te volvés a tu casa hoy?
―¿Cómo cómo me vuelvo a mi casa? En tren…
―Pero no te podés volver en tren con la rodilla como la tenés. Yo te llevo. Estoy con el auto. Me lo entregaron ayer. ¿Te acordás que te dije que me compré un auto nuevo?
―Sí, sí, me acuerdo.
―Me lo entregaron ayer, hoy lo dejé en el estacionamiento de la otra cuadra. ¿A qué hora te vas?
―No, pero no, Martín, no. No tengo nada en la rodilla. Me puedo volver en tren. No es para tanto.
―Pero yo te quiero llevar. ¿Qué tiene de malo eso?
―Lo que ya te dije: mientras tengas novia no quiero tener contacto.
―¿Pero nada de contacto? ¿Ni siquiera hablar? ¿Hoy no te voy a ver de nuevo entonces?
―Y no, no―dije con timidez.
―Pero ya te expliqué cómo son las cosas. Ya te di mi palabra. El viernes termino con Carolina.
―Bueno, terminá el viernes y después nos vemos todo lo que quieras. Pero antes no.
―Es un poco exagerado lo que hacés. No es que no te entienda, pero…
―No voy a variar mi postura. Es así.
―Pero mañana tengo que ir a la inauguración de la sucursal de Lanús. Voy a estar todo el día allá. ¿No te voy a ver hasta el viernes entonces?
―Y no, no… ―le dije.
―¿No?
―No.
―Porque me dijiste que sentías muchas cosas por mí, pero a mí ahora no me alcanza eso. Si aunque sea me dijeras qué cosas sentís…
―Ay, bueno… estoy en la oficina… ya sabés…no pue… pue… puedo hablar mu…mucho.
―Porque yo estoy enamorado y me gusta verte, ¿sabés? Además, quiero verte. Necesito verte. Y me parece que vos no.
―No, no es así. A mí tam… tam… también me gusta verte. Pe… pe…pero sé que estás con otra y eso…
― ¿Y eso qué? ¿Te tira abajo?
―Y sí, sí, obvio que me tira abajo, porqueque no sé si sos sinceceroro ―me animé a decirle―. Disculpame, pero es así.
―No, no, está bien, eso te lo entiendo, te lo entiendo. Ni yo me siento bien con esta situación. Me sentí muy mal muchas ves. No te creas que no. Y hace mucho ya. Pero yo soy sincero y lo vas a ver.
―Bueno, no sé todavía… ―le dije, con voz aniñada (no lo hice a propósito).
―Lo vas a ver, lo vas ver. Dejame que te lleve a tu casa, ¡dale!
―No, no, me vuelvo sola.
―Dejame, por favor, no te voy a pedir nada –me dijo y oí:
―¡Anita! ¡Anita!
―No, no, es mi última palabra y te tengo que dejar. Me están llamando.
―Pero mañana voy a estar en Lanús todo el día… ―me dijo Martín
―¡Anita! ¡Anita!―gritó Gustavo al mismo tiempo.
―Me están llamando. No puedo seguir hablando. Chau―le dije a Martín y corté. <<Y si te vas a Lanús mañana y no me podés ver, problema tuyo, nene. Resolvé tus cosas>>, pensé y dije:
―Sí, Gustavo ―cuando estuve en la puerta de su despacho.
―Anita ―pronunció con alivio―. Pasá, Anita, siempre pasá, no te quedés en la puerta.
―Bueno… ―le dije y di un paso hacia el interior de su despacho.
―Sentate, Anita, sentate, por favor ―me indicó y lo hice.
―Anita, mirá ―me dijo y giró hacia mí el monitor de su computadora, para que pudiera ver la pantalla en donde aparecían varios modelos de BlackBerry―. Elegí, Anita.
―¿Eh?
―Sí, Anita, ¿cuál te gusta?
―Pero no sé, ni idea de cuál me puede servir para la empresa ―dije. <<¡La puta madre! ¡Me había olvidado de que hoy tenía que ir a comprar el BlackBerry con Gustavo! ¡Y no se lo dije a Martín!>>, pensé.
―Anita, cualquiera te sirve para la empresa, ¿cuál te gusta?
―Y… no sé… ―dije, después de explorar por unos segundos, con mi vista, los modelos que se me exhibían en la pantalla. <<Hoy no voy con este tipo a comprar el BlackBerry. Ni loca voy. ¡A ver si Martín me ve subiéndome a la camioneta a la salida! ¡Y no me quise ir con él! ¡No!¡Y encima Martín me dijo que dejó el auto en el estacionamiento de la otra cuadra! ¡El mismo en el que Gustavo tiene la camioneta!>>,pensé.
―Pero, Anita, ¿no te gusta ninguno? ¿Querés un Iphone en vez de un BlackBerry?
―¿Eh? No, no…
―Bueno, Anita, elegí el que más te guste entonces.
―Y no sé, Gustavo, cualquiera. Uno que me deje leer los mails de la empresa. Eso es lo único que quiero.
―Pero, Anita, todos te dejan hacer eso. Elegí uno que te guste.
―Bueno, pero si todos me dejan leer los mails, entonces es lo mismo, todos me vienen bien.
―¿Todos, Anita? ―dijo y movió la cabeza hacia los dos lados.
―No sé nada de celulares, Gustavo ―le dije. <<De hombres tampoco sé, pero todos no me dan lo mismo, aunque parezca lo contrario a veces>>, pensé.
―Ok, Anita, ok ―dijo, rendido―. Más tarde, cuando vayamos al shopping, los ves, los tocás, y ahí vas a poder elegir mejor.
―¿Eh? ¿Al shopping?
―Sí, Anita, ¿no habíamos quedado en ir hoy al shopping que está cerca de tu casa?
―Sí, sí, pero bue… bueno…, no sé si hoy…
―¿Por qué no hoy, Anita?
―Eh… por…porque me duele la rodilla ―mentí con descaro―. Por la caída que tuve… ¿no?
―Sí, Anita, ya sé.
―Y por eso, no sé, me gustaría irme a mi casa directamente. No puedo caminar por un shopping así como estoy…
―Pero no vamos a caminar mucho, Anita.
―Y… pero me duele, estoy molesta… ―insistí en la mentira mientras me preguntaba cómo estaría tomando Gustavo Almazán las noticias sobre Martín y yo que con seguridad le había dado Bety ese día.
―Pero hoy saliste a almorzar, Anita, te vi volver con bolsas. Compraste cosas y caminaste para eso, ¿no?
―Sí, sí, caminé, pero no es que caminé mucho que digamos tampoco. Lo que… que …que pa…pasa, es que…que me volvió el dolor hace un rato. Se me agra…agravó ―le dije, con vergüenza. Era la primera vez que estaba mintiéndole a alguien que sabía que yo le mentía y no lo disimulaba.
―Ok, Anita, está bien. Como quieras.
―Otro día vamos, si querés.
―Otro día, Anita, sí, otro día ―me dijo y regresó el monitor de su computadora a la posición inicial.
Me puse de pie.
―Hasta luego ―le dije y salí de su oficina.
―Hasta luego, Anita ―oí.
Me senté en mi silla y traté de concentrarme en un contrato que me había enviado el gerente de legales. Para mí sorpresa, lo hice con éxito. Durante tres cuartos de hora puede analizar cada cláusula del documento sin colocar mis pensamientos en otras personas, cosas o situaciones.
Pero cuando volví a mí me di cuenta de algo grande que me había sucedido momentos antes: las palabras amorosas de Martín no me habían provocado emoción alguna. Porque tal vez no las creía. Porque tal vez no esperaba nada de él. Porque tal vez tanto discurso romántico que me había hecho Ferni una vez había actuado en mí como el dardo cargado de anestesia y tranquilizantes que se le dispara a un animal salvaje para dormirlo. Las palabras ya no me hacían efecto, no me despertaban sentimientos, ni anhelos ni esperanzas. Además, si ni siquiera un tipo tan poco agraciado como Ferni me había querido, ¿por qué podía esperar que ahora me quisiera otro?
Junté mis cosas cuando ya habían pasado las siete de la tarde. No había vuelto a tener novedades de Martín. Los escritorios de Bety y de Ernestina T. estaban vacíos. Ellas se habían retirado de la oficina hacía rato. Me acerqué a la puerta del despacho de Gustavo Almazán:
―Chau. Hasta mañana ―le dije.
―¿Te vas, Anita?
―Sí, sí, me voy.
―¿Vas para tu casa, no? ―me preguntó y guardó su notebook en un bolso.
―Sí, voy para mi casa ―le dije y se levantó de su silla.
―Bueno, Anita, te llevo, vamos ―me dijo y descolgó una campera de un perchero que tenía en su oficina.
―¿Me…me llevás? ―pregunté.
―Sí, Anita, te llevo, estás con la rodilla mal, ¿no?
―¿Eh? Sí, pero…
―Pero nada, Anita, vamos ―me dijo y me condujo hacia la salida de la oficina. <<¡Ay, Dios! ¡No! ¡No! ¿Cómo zafo de esto? ¿Y si me ve Martín?>>, pensé con miedo.
―Pero mi casa queda un poco lejos, no es necesario que me lleves, no te molestes ―le dije en el pasillo, cuando esperábamos el ascensor.
―No es molestia, Anita, no me cuesta nada. Quedate tranquila ―me dijo y las puertas del ascensor se abrieron.
―Pero no…no me lleves, dejá ―le dije cuando entramos al elevador. <<¿Por qué me quiere llevar justo hoy este tipo? ¡Si nunca me llevó!>>, me pregunté con bronca.
―Te duele la rodilla, Anita, no te voy a dejar irte así, no da que viajes parada en el tren… ―me dijo y se puso la campera mirándose al espejo.
―No, pero a esta hora consigo asiento siempre―dije―. Y no… ―me frené. <<Si le digo que no me duele la rodilla, va a insistir con lo del BlackBerry y estoy en la misma. ¡No puedo tener tanta mala suerte!>>, pensé.
―No me cuesta nada llevarte, Anita.
―No, pero… ―dije y me frené―. Es lejos ―insistí.
―No importa, Anita, no te hagas problema por mí ―me dijo y salimos del ascensor.
Caminamos hasta la puerta de la empresa.
―Tengo la camioneta en la otra cuadra.
<<Sí, ya sé, en el mismo estacionamiento en donde Martín tiene a su auto nuevo>>,pensé y dije:
―Ah…
―¿Podés caminar hasta ahí o te duele mucho la rodilla, Anita? ―me preguntó cuando ya estábamos en la vereda.
―No… qué sé yo…
―Bueno, mejor busco la camioneta y la traigo hasta acá, ¿no? Quedate, Anita, quedate. Mejor no camines.
―Pero…
―Esperame acá, ya vengo ―aclaró y se alejó.
Empecé a mirar para todos lados, pero no vi a nadie conocido. <<¿Y si me ve Martín acá qué mierda hago? ¿Y si justo me ve cuando estoy subiendo a la camioneta de Gustavo? ¡Ay, no, no, no! Yo me voy, ¡me voy!, me escapo y listo>>, se me ocurrió. <<Pero no, no puedo hacer eso. ¡No puedo!>>,protesté en mi mente y me escondí detrás de un puesto de diarios que estaba en la vereda de al lado de la empresa. <<Desde aquí no se me ve tanto>>, observé.
A los pocos minutos, Gustavo Almazán estacionó su camioneta en el costado de la calle, a la altura de la entrada de la empresa, pero yo permanecí escondida. Estaba paralizada y no me le acerqué, hasta que comenzó a tocar bocina. Entonces caminé rápido hacia el vehículo, para que no llamara más la atención.
Cuando abrí la puerta, Samuel puso un pie en la vereda. Lo saludé de lejos y me metí adentro de la camioneta.
―¡Anita! ¡Anita! ―me dijo Gustavo y movió la cabeza hacia los dos lados―. No aprendés, eh, no aprendés.
―Bueno… perdón… ―dije con timidez.
―¿Dónde te habías metido, Anita?
―¿Eh?… Estaba en el puesto de diarios, viendo las cosas.
―Ah, ¿y viste algo interesante, Anita?
―No, no, nada…
― ¿Qué camino tomo?
―El que tomás para ir al shopping que está cerca de mi casa. Yo después te digo.
―Bueno ―me dijo y respiró hondo. Bostezó luego. <<Ay; ¡qué cochino! ¡No lo soporto!>>, pensé―. Mañana inauguramos la sucursal Lanús, Anita.
―Sí, sí, yo ya hice todo con eso.
―Sí, Anita, ya sé, ya sé que hiciste todo. No te lo decía por eso. Te lo decía porque voy a estar todo el día allá y voy a quedar cansado para la fiesta.
<<Y hoy Bety me vio con Ezequiel Z.. Seguro que lo reconoció, que supo que era uno de los que hizo el video. ¿Y Gustavo por qué no me pregunta nada de eso? Si ella le debe haber contado. ¿Para qué mierda me está llevando a mi casa ahora?>>, me preocupé.
―Y sí, vas a estar cansado ―dije por decir.
―Pero yo creo que a la vida hay que disfrutarla, Anita. Hoy estoy muerto, por ejemplo, pero igual tengo ganas de hacer cosas.
―Ah…
―¿Vos, Anita?
―¿Eh? ¿Yo? No…
―Hacer algo tranquilo te digo, para irnos a dormir temprano, tipo ir a comer, ¿te parece?
―Pero son la siete y media recién. No es la hora de comer todavía ―le dije con miedo.
―Anita, ¿vos hacés las cosas cuando tenés ganas o cuando las costumbres te lo imponen?
―Y… ―le dije y me encogí de hombros.
―¿Tenés hambre ahora?
―No, no, no tengo hambre.
―Ah, porque yo tengo un poco de hambre. No quedé satisfecho con el almuerzo.
―Ah… habrás almorzado poco ―le dije. <<Yo no almorcé y no me quejo>>, pensé.
―No sé si poco, es que comí en la oficina, en el medio del quilombo, y se ve que no me alcanzó. No le presté atención a la comida.
―Ah, sí, sí, eso no es bueno…― dije por decir, otra vez.
―No, no es bueno, Anita, no es bueno. Hay que tomarse la vida de otra forma. Corté con Sabri el domingo ―dijo y me miró.
―Ah…
―Definitivamente.
―Ah…
―Sí, Anita, sí, volví de jugar al futbol, ella me llamó para salir… y la corté, la corté ahí, en ese momento.
―¿Por teléfono?
―Sí, sí, por teléfono.
―Ah… mirá…―le dije. <<¡Por teléfono! ¡Por teléfono! ¡Sos un hijo de puta!>>, pensé.
―Y ella lo entendió, eh, por suerte lo entendió bien. Así que estoy libre, Anita.
―Ah… mirá vos…―le dije y se produjo un silencio.
―¿Entonces no querés ir a comer, Anita? ―me sorprendió, después de un rato largo.
―¿Eh? ¿A comer hoy?… Y no, no… me duele la rodilla… quisiera llegar a mi casa ―le dije. <<Está bien, nos gusta más Martín, pero no dejó a la novia todavía y no sabemos si lo va a hacer. Entonces, ¿por qué no aprovechamos y vamos a comer con Gustavo ahora, que ya no tiene novia? Es lindo>>, me dijo una voz interior desconocida. <<¡Porque no! ¡No! ¡Ni loca voy a comer con él! Si a mí este tipo no me gusta. Será lindo, pero con eso solo no hacemos nada. Es un guarango. ¡Que se meta en el culo la puerta de la camioneta!>>, exclamó otra voz interior, la que conocía.
― Ok, Anita, como quieras ―me dijo Gustavo Almazán, con cierto fastidio en su expresión y en su voz, y mi celular emitió un sonido. Había recibido un mensaje. Encontré el aparato en el desorden de mi cartera y leí:
“Nena!!!! Te hacía revolcándote con Martín a esta hora y te fuiste con Almazán??? Contame!!! Seguís enojada conmigo???”
“Sí!”, le respondí a Samuel y anulé el volumen del teléfono, antes de guardarlo de nuevo en mi cartera.
Gustavo condujo en silencio, hasta que tuvimos a la vista al shopping cercano a mi casa.
―Ya estamos, Anita, el shopping ―me dijo.
―Sí, sí, ahora doblá a la derecha ―le indiqué y recordé que hacía un tiempo, Bety me había dicho que yo no podía tener un novio en la empresa, por la información confidencial que manejaba en mi puesto.
―Debe estar nuestra lista de casamiento en “The Biggest”, ¿no?
―Y sí, sí, debe estar ―le dije―. En la próxima, doblá a la izquierda y después seguí derecho una cuadra.
―No me acuerdo la fecha de casamiento. A lo mejor para esta fecha ya nos casamos, ¿no? ―me preguntó y me miró sonriendo.
―Ay, no sé, no me acuerdo tampoco. A la derecha, acá.
―Ok, Anita ―me dijo y dobló.
―Seguí derecho. Son diez cuadras más o menos.
―Muy cerca del shopping vivís, eh.
―Y sí…
―Yo pensé el otro día: nadie nos debe haber hecho regalo por el casamiento.
―Y no, no, obvio que no.
―Porque no leí el contrato completo de la lista de casamiento, Anita. A ver si todavía hay reclamos.
―No, no creo ―le dije y me reí.
―No, no te rías, ¿qué sabés? A veces hay cada cláusula… Lo voy a consultar con mis abogados. ¿Vos tenés la copia de la solicitud?
―¿Eh? No, no… o no sé, estará en la oficina, no me acuerdo.
―Bueno, hay que verla, Anita, hay que verla ―me dijo cuando ya estábamos muy cerca de mi casa.
―¿Pero no te la quedaste vos?
―Si me la quedé yo, Anita, fuimos, eh. Pierdo todo yo, si no fuera por Bety…
―Sí, ya sé…
―Pero si los de “The Biggest” piden indemnización por falta de regalos o porque el casamiento no se hizo, ¿qué hacemos, Anita? ¿Qué hacemos, eh?
―No, no creo que pidan eso ―le dije y vi un auto conocido estacionado a la altura de mi casa. ―. Es en la otra cuadra, a la mitad, del lado derecho―agregué. <<Mi tía. Está mi tía>>, me di cuenta.
―Y no sé, Anita, pero si la piden, ¿qué?, ¿qué hacemos? ―me preguntó subiendo las cejas.
―Y no sé…
―Nos vamos a tener que casar, Anita, eh ―me dijo riéndose.
―Bueno, no creo que sea para tanto. Es acá ―le dije riéndome también y le señalé el frente de mi casa. Me desabroché le cinturón de seguridad.
―¿Acá es?
―Sí, acá ―afirmé y Gustavo frenó la camioneta. La ubicó detrás del auto de Tía Linda.
―No te rías, mirá que yo no les largo un mango a los de “The Biggest”, eh. Nos vamos a tener que casar, Anita, no queda otra, ¿qué decís si nos tenemos que casar? ―me preguntó y me miró fijo. Se acercó un poco a mí.
<<¡Ayyyyyyy!!!! ¿Qué quiere este pelotudo hoy?>>, pensé con desesperación.
―Bueno, no… no… creo que pidan nada… ―le dije riéndome y abrí la puerta de la camioneta―. ¡Gracias por traerme! Chau ―agregué y le di un beso en la mejilla. Salí de la camioneta lo más rápido que pude.
―No cierres, Anita, dejá ―me gritó desde adentro cuando estuve afuera―. Yo cierro desde acá ―agregó y tomó la manija. Cerró la puerta.
―Bueno, chau ―le dije y caminé hasta la puerta de mi casa. Revolví la cartera, encontré las llaves, toqué el timbre, porque mis padres siempre me pedían que lo hiciera, y abrí la puerta. La camioneta de Gustavo comenzó a alejarse.