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Nube viajera (II)

Buenos Aires, septiembre de 2011.

Nube viajera (II)

―No, mamá, si el cierre centralizado del auto está roto, al bolso mejor lo pongo adelante. Seamos prácticos ―le dije. Eran las siete y media de la mañana del sábado. Estábamos en el garaje de mi casa.

―No, no, el bolso va en el baúl, porque adelante se te va a llenar de olor a perro ―me retrucó mi madre y puso el bolso en el baúl del auto.

―Pero si después no se puede abrir el baúl, ¿cómo hago para sacar el bolso?

―Sí se puede abrir, para algo está la llave, ¿no? ―dijo mi padre.

―No sé para qué me tienen que acompañar todos, incluida la perra, eh ―protesté. <<Lo único que falta es que me vean llegar Gustavo Almazán y Martín>>, pensé con miedo.

― ¿Y qué querés que hagamos? La casa de Almazán nos queda de paso a la quinta de Tío Rico y Famoso. No vamos a andar gastando plata en nafta haciendo dos viajes, Ana, la situación no está para eso. Pero si querés, la perra se queda.

―Ah, no, no, mamá, no me extorsiones, eh, ya sabés que no quiero que la perra se quede sola y encerrada todo el fin de semana. Que disfrute de la quinta ella también ―dije.  <<Son las siete y media y, si salimos ahora, voy a estar en la puerta del edificio de Almazán a las ocho y cuarto, como mucho. Nadie me va a ver llegar. La hora de encuentro era a las nueve>>, concluí y me tranquilicé.

―Bueno, entonces no te quejes ―me dijo mi madre, que nunca fue muy amante de los animales―. Vos andá adelante. Yo voy atrás con la perra, así no te llena de olor y de pelos.

―Pero mejor que maneje yo, mamá, ¡por favor! ¡Hacé algo! Porque con papá vamos a llegar tarde, va a veinte por hora, ya sabés―me quejé y subí al auto. Me senté en el asiento del acompañante. Noté que mi padre ya no estaba a la vista.

―No, no, ya sabés lo que es un viaje con tu padre manejando vos, eh, él piensa que vas a chocar en cada esquina. No, no quiero eso, me sube la presión. Dejá que maneje él. Total, es temprano, tarde no vas a llegar y ese Lamazán…

Almazán, mamá, no Lamazán ―la interrumpí.

―Bueno, es lo mismo, ese Lamazán, Almazán, o como se llame, te podría haber avisado antes del viaje a Mar del Plata, eh. Es un estúpido ―me dijo mi madre, ya sentada en el asiento de atrás del auto, junto a nuestra perra, Foca, que fue la primera en acomodarse en su lugar para emprender el viaje.

―Sí, ya sé…

― ¿Y papá qué está haciendo? ¿Por qué no viene?  ¿A dónde se metió? ―pregunté, cinco minutos después.

―No sé, estará buscando algo para llevar ―respondió mi madre

― ¿Y? ¿Por qué no viene? ¿Qué está haciendo? ¡Tarda mucho!―exclamé, pasados otros cinco minutos.

―Y no sé, no sé qué está haciendo.

―Bueno, andá a ver, apuralo ―le dije con desesperación. Cada minuto que pasaba aumentaba las probabilidades de que Martín N. y Gustavo Almazán me vieran llegar en compañía de mis padres y de mi perra.

―Bueno, voy ―dijo mi madre y se bajó del auto. Entró a la casa, a buscar a mi padre.

―Ay, Foca, Foca ―le dije a mi perra―. Cada minuto que pasa aumenta más mis probabilidades de que Martín N. y Gustavo Almazán me vean llegar con ellos dos, ¿entendés? ―la perra me miró―. A vos no tengo problemas en presentarte, eh. No sos de raza y sos fea, sí, pero bueno, para mí sos hermosa y te quiero mucho, pero mis viejos…llegar con ellos…. sería grave que los vieran. ¡¿Por qué tardan?! ¡¿Por qué tardan?

―Tu padre está en el baño ―me dijo mi madre, otros cinco minutos después, cuando regresó al auto.

―Ay, no, no, ya son ocho menos diez, mamá.

―Bueno, es temprano, en media hora estamos en lo de Lamazán.

―Almazán, mamá.

―Te podría haber venido a buscar ese tipo.

― ¿Qué le pasa a  papá? ―pregunté

―Nada le pasa, está en el baño, ya sabés que no tiene horario para cagar, le agarran ganas en los momentos más inoportunos ―me dijo mi madre y vi venir a mi padre hacia el auto. Reparé en su vestimenta: una remera de color celeste desteñido (el día era cálido), un pantalón bermudas (de mala calidad), de color amarillo, zapatillas de color gris, viejas (marca Acme), y medias blancas de algodón hasta los tobillos. <<Ay, no, no, ¡por favor!, Martín N. y Gustavo Almazán no pueden conocer a mi papá. ¡No! ¡No!>>, rogué al cielo.

― ¿Por qué tardaste tanto, papá?

―No tardé tanto, che, ¿qué pasa?, ¿por qué tanto apuro?

―Sí tardaste, tardaste. Ya son casi las ocho, eh. A las nueve tengo que estar, ¡y quiero estar antes!

―Y vas a estar a las nueve. Y si no que espere ese Almazán, che, qué tanto lío por ese narcotraficante.  Si quiere abrir una sucursal de venta de droga en Mar del Plata[i], yo no me voy a andar apurando por él. Encima que no se decide a casarse con vos… y ojo si los siguen en la ruta. Fijate, eh. Fijate y decile a Almazán que pare y se entregue. No te arriesgues a que se arme un tiroteo. Tirate al piso cualquier cosa…

― ¡Ay, basta, papá, basta, arrancá el auto y vamos! Encima que no me dejas manejar a mí…

―No te dejo manejar porque manejas como la mierda. Encima, vas muy rápido, y yo puedo tener un infarto yendo con vos… ―me interrumpió mi padre.

Y un viaje que podía haber durado, como mucho, veinte minutos, con un conductor sin tantas ideas extrañas en su cabeza, duró cuarenta y cinco con mi padre al volante. Por eso, recién a las nueve menos cuarto nos aproximamos a la entrada del edificio de Gustavo Almazán.  Vi su camioneta de frente, estacionada. Luego, noté que la puerta del baúl estaba abierta y que había gente cerca. <<Ay, no, no, ya están todos>>, pensé.

―No estaciones acá, papá, no estaciones acá, andá para adelante, para adelante, a la esquina ―le advertí a mi padre cuando nos acercábamos.

― ¿Por qué? ¿Por qué? Si acá es la entrada, no hay otro edificio en esta manzana. Qué bien que la pasan los narcos, eh, mirá adónde vive este tipo.

―¡Papá, no, no, ahí está, ahí está, ahí está, por favor, por favor, seguí para adelante, para adelante!

 ―¡¿Dónde?! ¡¿Dónde?! ¿Dónde está Almazán? ¿Quién es?! ¡¿Quién es?! ―exclamó mi padre, estirando su cuello hacia arriba, como E.T., y dando vuelta su cabeza para el costado derecho y pisando el freno  del auto, justo cuando pasábamos por al lado de la camioneta de Gustavo.

― ¡Ay, no, no, me vieron, me vieron! Seguí para adelante, para adelante, no quiero que me vean con ustedes, dale, seguí, pisa el acelerador ―grité, nerviosa.

―¿Por qué no querés que te vean con nosotros? ¿Qué? ¿Tenés vergüenza de tus padres? ―dijo mi padre.

―Sí ―afirmé ―.Andá más adelante, no frenes acá.

― ¿Y esas chicas quiénes son? ―preguntó mi madre.

―Las novias, mamá.

― ¿Pero quién es Almazán? ¿Quién es? ¡Quiero saber! ―insistió mi padre, al mismo tiempo.

―Qué te importa, papá.

―Pero decile ―dijo mi madre.

―Es el más bajito de los dos ―dije.

―Ah, ¿ese es? No tiene pinta de narco. Hay autos adelante, yo paró acá ―dijo mi padre y el auto se quedó detenido.

―Todos tienen novia, che. ¿El otro chico quién es? ―preguntó mi madre al mismo tiempo.

―No, no, ¡más adelante!, ¡más adelante! ―ordené, también al mismo tiempo.

―Decile algo a tu hija que tiene vergüenza de nosotros ―dijo mi padre, sin prestarme atención.

―No es de nosotros, es de estar con los padres, es de eso que tiene vergüenza. A esta edad ya tendría que vivir sola. ¿Quién es el otro chico, Ana?

―Vivir sola es de puta o de gente que quiere ocultar algo. A mí no me vengan con otra cosa, eh ―dijo mi padre.

―Martín, el gerente de sistemas.

― ¿Ese que te llamó una vez y te pasó la canción de Los Beatles?

―Sí, ese, ese.

― ¿Y ahora tiene novia? ―preguntó mi madre.

―Sí, tiene. Dame las llaves del auto, papá.

―Ay, no valen mucho que digamos las novias de estos dos…―observó mi madre con desprecio.

―Pero saben hacer caída de ojos… ―acotó mi padre.

― ¡Mamá! ¡No te des vuelta! ¡No te des vuelta! ¿No ves que me vieron? ¡Por favor!

―No me ven, estamos lejos ―dijo mi madre. Ya tenía las llaves en mis manos, pero no me animaba a salir del auto.

―No, estamos a… a… ―dije y calculé la distancia mirando por el espejo retrovisor ―un cuarto de cuadra será. Pero no hay nada en el medio. Nos pueden ver. Ustedes no se bajen, eh ―les pedí a mis padres y salí del auto. Caminé hacia el baúl mirando al piso. Puse la llave en la cerradura para abrirlo y no pude hacerlo. Intenté e intenté, en vano. No podía ver a Gustavo y a Martín, pues estaba de espaldas a ellos. <<Ay, no, no, no me puede estar pasando esto, ¡No! ¡No! Que no se les ocurra acercarse, ¡por favor!>>, pensé y recurrí a mi madre―. Mamá, bajá vos, no puedo abrir.

―Una está vestida con uniforme, ¿así va a viajar? ―dijo mi madre, cuando ponía la llave en la cerradura del baúl.

―Es la novia de Almazán. Siempre está con el uniforme. Es vendedora de la empresa ―le dije. Gustavo Almazán me saludó de lejos, con un gesto de manos―. Abrí, mamá, rápido ―le ordené y devolví el saludo. Inmediatamente, me puse completamente de frente al baúl del auto y quedé de espaldas a Gustavo y al resto.

―No, está trabado esto, no abre ―dijo mi madre, haciendo fuerza con la llave.

―Ay, mamá, mamá, te voy a matar, yo te dije, te dije, al bolso lo tendríamos que haber llevado adelante.

―Para que te quede olor a perro, qué lindo, eh, encima que no enganchas nada, y que tenés que viajar con dos parejas, lo único que te falta es que te digan que tenés mal olor también.

― ¡Ay, basta, basta! ―dije y vi que la puerta del lado de mi padre se abrió.

― ¡Hola, Anita! ―escuché al mismo tiempo.

― ¡Hola! ―dije cuando me di vuelta y tuve que saludar con un beso en la mejilla a Gustavo Almazán y a Martín. Sus novias habían decidido no acercarse.

― ¿Son tus padres, Anita?

―Sí ―dije y miré a mi padre. Sentí mucho calor en la cara.

―Un gusto, Gustavo Almazán ―le dijo a mi padre y le estrechó la mano. Mi padre solo le sonrió―. Un gusto, señora ―agregó cuando se dirigió a mi madre y le dio un beso en la mejilla. Mi perra, que estaba dentro del auto, en el asiento de atrás, empezó a ladrar con furia.

―Un gusto, un gusto ―dijo mi madre.

―Mucho gusto ―dijo Martín y también le estrechó la mano a mi padre.

―Mucho gusto ―le dijo mi padre, con expresión seria.

Luego, Martín le dio un beso en la mejilla a mi madre, con una sonrisa, sin pronunciar palabra. Los ladridos de la perra se hacían sentir.

― ¿Y ese perro? ―preguntó Gustavo.

―Es mi perra ―respondí.

―Ah, qué linda… ―me dijo y se acercó a la ventanilla de la puerta trasera del auto, para verla de cerca, alejándose de mis padres y de mí. Martín lo siguió.

Gustavo estaba vestido con un pantalón marrón, zapatos náuticos y una camisa de mangas cortas. Martín, en cambio, tenía puesto una pantalón bermudas blanco, una remera marrón, usaba sandalias en sus pies, y sobre su cabeza lucía una gorrita con visera.

Mi padre puso las llaves en la cerradura del baúl. Gustavo y Martín le hacían morisquetas a mi perra cuando, a través de mi oreja izquierda, escuché las palabras de mi madre:

―Ay, qué lindos chicos que son los dos, Ana, no sabés con cuál quedarte…

Y al mismo tiempo, por mi oreja izquierda, me llegaron las de mi padre:

―¿Y qué le vamos a hacer? La perra no es boluda. Siente en el ambiente el olor a cocaína, por eso ladra. Nunca ladra la perra. Después dicen que yo digo pavadas… mirá la pinta de delincuente que tiene ese, con la gorrita y las chancletas. ¡Qué atorrante!

― ¿Cómo se llama? ―me preguntó Gustavo, en relación a mi perra, que le mostraba los dientes, enfurecida.

―Foca, Foca se llama, ¿no? ―dijo Martín.

―Sí, sí, se llama Foca ―dije. <<Ay, se acuerda del nombre de mi perra. Pero Ferni se acordaba del número de mi celular, ocho años después, así que esas muestras de memoria prodigiosa no son prueba de nada. Y está con la novia. Menos mal que me dijo que no la quiere>>, pensé con desilusión.

Mi padre dio vuelta la llave en la cerradura por enésima vez. Hizo un ruido y la puerta del baúl se abrió. Respiré aliviada y saqué el bolso de adentro.

―Bueno, ¿vamos? ―les dije a Martín y a Gustavo.

―Sí, vamos, vamos ―dijeron los dos y todos saludamos a mis padres.

―Más de ciento veinte no se puede ir en la ruta, eh ―dijo mi padre y yo deseé ser adoptada.

―Sí, señor no se preocupe. Vamos tranquilos ―le respondió Gustavo―. Se preocupa por vos tu papá, eh, te cuida ―me dijo luego, cuando caminábamos hacia su camioneta. Martín iba un paso adelante de nosotros.

―Sí, sí, me cuida ― le dije. Cargaba el bolso en una de mis manos y me molestaba sobremanera que ni Martín ni Gustavo se hubieran ofrecido a llevármelo.

―Hola, ¿qué tal? ―le dije a la novia de Gustavo y le di un beso ―. ¡Hola! Yo soy Ana ―me presenté ante la novia de Martín y también le di un beso.

― ¿Qué tal? Yo soy Carolina, la novia de Martin.

―Ah… ―le dije y puse el bolso en el baúl de la camioneta de Gustavo.

―Tincho, vos vení adelante conmigo. Que las chicas vayan atrás.

―Bueno, buen viaje ―me dijo la novia de Gustavo.

― ¿Qué? ¿Vos no venís?

―No, no, ¿no ves cómo estoy vestida? Hoy me toca trabajar.

―Ah… perdón, no sabía, pensé que…―me interrumpí y le di un beso de despedida-. Chau entonces.

Subimos a la camioneta. Me senté en el asiento trasero, en el lado izquierdo, el del conductor. La novia de Martín se había ubicado a mi lado y él, en el asiento del acompañante de adelante.

Quise cerrar la puerta moderando la fuerza, para evitar la protesta de Gustavo si daba un golpe intenso. Pasaron uno, dos, tres, seis, diez intentos y la puerta no se cerraba.

―Anita, Anita, un poco más fuerte, pero un poco más, eh, un poco…

―No, no, dejá, dejá, yo se la cierro ―dijo Martín y se bajó de la camioneta. Llegó a mi puerta y la cerró.

―Tincho tampoco regula ―murmuró Gustavo.

La camioneta empezó a andar inmediatamente después de que Martín se subiera de nuevo.

―Tincho, ¿vos trajiste otra ropa?

― Sí, sí, está en el bolso.

― ¿Y vos trabajas en la empresa? ―me preguntó la novia de Martín al mismo tiempo.

―Sí, sí, trabajo en la empresa ―le dije. <<Y me quiero quedar con tu novio. ¡Soy una hija de puta!>>, pensé.

―Porque, Tincho, así en bermudas y sandalias muy bien no estás para la inauguración, eh, perdoname que te diga.

―No, no, si ya sé, ya sé, me vestí así para el viaje nada más. Cuando llegue al hotel me cambio.

― ¿Y en qué parte de la empresa trabajás? ¿En sistemas? ―continuó con la indagación la novia de Martín.

―No, trabajo en el directorio ―le respondí. <<Pero yo lo conocía de antes. ¿Eso no me da algún derecho?>>, me pregunté.

―Ah… ―me dijo ella.

―No sé si vamos a pasar por el hotel antes, Tincho. Depende de cómo sea el viaje. Además, el padre de Anita me marcó la velocidad máxima – dijo Gustavo, con un sonrisa-. Por ahí vamos directo a la sucursal. Por eso, por las dudas, mejor cambiate cuando paremos a comer algo, ¿sí?

―Bueno…


[i] Mar del Plata es una ciudad argentina ubicada cuatrocientos kilómetros al sur de la ciudad de Buenos Aires, aproximadamente. Sus playas son bañadas por el Océano Atlántico y es el destino turístico más importante y antiguo del país.

¿Regreso con gloria?

El martes a la noche, Martín N. me envió un mensaje de texto:

“Bety me dijo que renunciaste. Qué pasó?”

“Parte fue lo que escuchaste. Después siguió una discusión y tuve que renunciar”, le respondí.

Y se sucedieron varios más:

“Entonces sabías que Gustavo estaba hablando conmigo.”

“Sí, obvio que sabía. Escuché toda la conversación. El teléfono estaba en altavoz, no te diste cuenta?”

“No, no me di cuenta. Para qué me hicieron eso? Qué siniestros!!”

“Yo no te lo hice!! Fue Gustavo. Siempre lo hace con todo el mundo cuando quiere averiguar algo. Conmigo fue la primera vez que lo hizo y no me lo banqué.”

No entiendo para qué te cela tanto si sigue con la novia”

<<Este pibe sigue pensando que yo salgo con Gutavo. ¡Me pudre con eso!>>, pensé y escribí:

“No fue por celos que lo hizo. Ya te lo dije mucha veces: No tengo nada que ver con Gustavo.”

“No, no tenés nada que ver, seguro!!!!!”

“Pero para que me escribís? Para molestarme? Si pensás que soy una mentirosa, qué te importa si renuncié o no????

“Te escribí porque de alguna manera me siento responsable de lo que pasó. Tendría que haberte avisado de la reunión de otra manera”

“Sí, estuviste muy mal. Pero no importa, no podías imaginar esta consecuencia, supongo.

“Suponés bien. Y no te avisé, entre otras cosas, porque me dijiste pelotudo.”

“Ya me venía bancando muchas cosas de vos. Lo de pelotudo estuvo bien.”

“No creo que haya estado del todo bien.”

“Bueno, no me voy a poner a discutir por mensajitos.”

“Yo tampoco. Y tenés otro trabajo en vista?”

“No, no tengo.”

“Bueno, si te puedo ayudar en algo, decime.”

<<¿Y en qué me vas a poder ayudar?… Ah, ya sé, te podrías casar conmigo y mantenerme>>, pensé y escribí.

“Ok, te digo, gracias.”

“Me gustaría hablar con vos con tranquilidad. Tengo que decirte varias cosas. Te puedo llamar un día de estos y arreglamos para encontrarnos?”

<<Ay, ¿qué me tiene que decir Martín? ¿Pero “un día de estos”? ¿Por qué no uno bien definido?>>, me pregunté y le escribí:

“Sí, no hay problema. Llamame y arreglamos.”

“Ok, quedamos así. Un beso.”

<<¿Tengo que contestar algo más? Y sí, ¡quiere decirme algo! Tengo que ser simpática. Lo tengo que saludar bien>>, pensé y le envié:

“Un beso.”

A los pocos minutos, mi celular sonó:

―Hola.

―Anita, Anita, hoy no viniste a trabajar tampoco, te estuve esperando y encima Bety me dijo que mandaste un telegrama de renuncia. ¿Qué pasa, Anita? ―me dijo Gustavo Almazán.

―¿Cómo que qué pasa? Renuncié. Te mandé el telegrama, es lo que se hace en estos casos.

―Pero, Anita, sos drástica, eh.

―Y bueno, sí, sí, soy así.

―Anita, no me podés desautorizar como me desautorizaste delante de todo el mundo. Me dijiste “ridículo”, no está bien eso, Anita.

―Y no está bien que me hagas el cono de la verdad. No me gustan esas cosas.

―No te hice nada, Anita, no fue para tanto. No sabés lo mal que estoy con todo esto, muy mal estoy, Anita, muy mal. No me gusta enojarme con vos. Sabés que te quiero mucho, Anita. Nunca haría nada para herirte.

<<Me imagino cuánto me querés, seguro que se te está por vencer el asunto de los impuestos y no sabés a quién consultarle>>,pensé y me animé a seguirle el juego:

―Sí, Gustavo, yo también te quiero mucho y nunca haría nada para herirte, pero bueno, hay cosas que no me gustan, que me hacen sentir mal. Yo no merezco que me hagas el cono de la verdad.

―Y a mí no me gusta lo que me hiciste vos, Anita, porque no me dijiste cómo eran las cosas, eh, me las ocultaste. Ahora ya las sé, y estoy muy dolido, Anita, muy dolido por tu actitud.

―No, no sé qué te oculté.

―Anita, vamos, las paredes hablan acá. Ya sé lo que pasó con Tincho cuando estaban en riesgo crediticio. Ya me enteré

―Ah… ―dije y empecé a atar cabos mentalmente. ¿Quién le había dado esa información a Gustavo?

― ¿Nada más que “Ah” tenés para decirme, Anita?

―Y no, no, nada más.

―Ok, Anita, si no me lo decís vos, te digo lo que yo sé: Tincho salía con una jefa de riesgo crediticio y también con una amiga tuya, ¿no?

―No, no, ya no salía con la jefa. Y lo de mi amiga, que no era mi amiga, no sé…

―Bueno, no importa, Anita. Un amigo tuyo, que no sé quién es, pero trabaja en finanzas ahora, mandó un mensaje desde tu celular descubriendo a Tincho. Lindo amigo tenés, Anita.

―Sí, sí, estuvo mal, ya sé ―dije. <<Fue “el potus”,  tiene que haber sido ella la que contó lo del mensaje. No queda otra>>, pensé.

―Y Tincho todavía cree que el mensaje se lo mandaste vos. Por eso no se llevan bien. ¿Ves? Me lo hubieras dicho y listo. Yo lo arreglaba, porque al final perdí plata con todo esto, Anita.

―¿Perdiste plata? ¿Por qué?

―Y sí, Anita, perdí plata. Tincho hizo mal el sistema, Anita, y lo hizo mal  porque no vio los procesos con vos, fue por eso. Yo me la comí, no dije nada en el momento, pero fue así, Anita, fue así.

―Bueno, pero ya se está arreglando. No pasó nada.

―No, no, Anita, sí pasó, fueron muchos días, muchos empleados trabajando en algo que al final no sirvió. Eso es pérdida de plata, Anita, es pérdida de plata para la empresa.

―Sí ,puede ser, bueno…

―¿Y por qué no me lo dijiste, Anita?

―Bueno, no sé, pasó hace mucho.

―Porque yo estoy muy mal con todo esto, Anita, muy pero muy mal estoy, porque yo confiaba en vos y me ocultaste las cosas, me mentiste diciéndome que no había ningún problema cuando sí lo había.

―Bueno, pero era algo personal, no pensé en que te hacía perder plata, no lo vi como vos, no me di cuenta –dije. <<¿»El potus» habrá contado lo de mi virginidad también>>, me pregunté y me preocupé.

―Está bien, Anita, está bien, por esta vez te voy a perdonar. Pero que no vuelva a pasar, eh. ¿Mañana venís?

<<No, no quiero ir. ¡Qué fastidio, qué falta de libertad tener que seguir trabajado cuando no quiero hacerlo! Y lo único que falta es que ahora Gustavo Almazán también sepa lo de mi virginidad tardía>>, pensé, pero dije:

―Sí, voy. Pero arreglá lo de mi telegrama de renuncia, y lo de mi sueldo, y lo de mi BlackBerry también, porque me dijeron que me lo tengo que comprar yo y no es justo, Gustavo.

―Anita, vos siempre pensando en la plata, eh.

―¿Yo? ¿Justo yo pensando en la plata?

―Sí, Anita, todo plata, plata, plata. Nos vemos mañana. Chau ―dijo y cortó, sin esperar a que me despidiera yo también.

 

La renuncia (I)

Buenos Aires, agosto de 2011.

La relación entre el vecino y su mujer evolucionó con el paso del tiempo. De tener encuentros sexuales ruidosos, con gritos y palabras exageradas, pasaron a alternar con peleas, también con gritos y palabras exageradas. Un espectáculo que mis padres jamás se perdían, ni por ver el mejor programa de televisión.

Pero una noche de julio de 2011 la mujer largó un grito de terror y luego solo se escucharon ruidos de muebles que se movían, no más voces.

-Le estará pegando- especuló mi padre.

-Pero ella no grita más- dijo mi madre.

-Por ahí está inconsciente ya… o estarán de mete y pongo con una nueva técnica.

-Sí, eso puede ser…

Y a las dos horas el ruido de la sirena de un patrullero alteró la tranquilidad del barrio. Cuando la policía tocó el timbre de mi casa y les comunicó a mis padres que los vecinos de la finca lindera habían sido asaltados en su casa hacía no más de una hora, ellos no aportaron demasiada información para esclarecer el caso:

-Sí, oímos algún ruido, pero no nos llamó la atención…- dijeron mis padres– Además, uno está distraído con otras cosas en su casa y ni se nos ocurrió que podía tratarse de un asalto.

Afortunadamente los vecinos resultaron ilesos. Solo fueron atados por los ladrones, quienes les desvalijaron la casa, pero sin causarle daños físicos. Y seguramente las secuelas psicológicas del terrible suceso permanecerían para los vecinos menos que para mí, pues mis padres, luego del asalto, ya no quisieron salir de mi casa cuando sabían que me quedaba sola en ella.

Hacía un tiempo que tenían planeado hacer un viaje. Corto. Una semana paseando por las Cataratas del Iguazú. Pero el asalto a los vecinos los hizo pensar en la idea de cancelarlo para no dejarme sola.  Aunque sola, durante una semana, era todo lo que yo quería estar.

Por eso insistí e insistí para que mis padres se fueran de viaje y el esfuerzo dio sus frutos: se fueron, pero me dejaron al cuidado de Tía Linda. ¿Qué podía hacer ella si entraban ladrones? Nada. Mejor que me fuera a vivir yo a su departamento. Pero Tía Linda tenía que pintarlo y aprovechó la oportunidad para hacerlo. Por eso les dio las llaves a los pintores y se instaló en mi casa para escaparse de los olores molestos y del desorden.

Y ahí estaba Tía Linda esa mañana, desayunando tranquila en el living de mi casa mientras yo me preparaba para ir a la empresa. Ese día iba a recibir al importante empresario chileno que se había convertido en la obsesión de Gustavo Almazán durante las últimas semanas.

Bety había enviado un mail a todo el personal la jornada anterior:

De: Bety

Para: Staff Empresa Pedorra S.A. (Casa Matriz)

Asunto: Vestimenta

Estimados,

                    En el día de mañana recibiremos una vista muy importante en la empresa. Por eso les enviamos estas pautas para su vestimenta:

Hombres: de rigurosos traje y corbata.

Mujeres: elegantes y sobrias.

Vendedores y demás personal que vistan uniforme deberán lucirlos en condiciones impecables.

                    Todos están obligados a usar zapatos y evitar las zapatillas.

           Sin más, un saludo atento.

Betiana G.

Secretaria de Directorio

Empresa Pedorra S.A.

www. empresapedorra.com.ar

Las recomendaciones de Bety no significaban un cambio para mí, pues yo siempre creía estar elegante y sobria. Aunque sabía que para recibir al magnate chileno era mejor lucir más espléndida que nunca. Por eso me vestí con un traje entallado de color negro, de blazer corto ajustado a la cintura, y una musculosa blanca debajo. La pollera, ajustada y también negra, me llegaba casi hasta las rodillas. Un par de zapatos de taco alto color rojo apagado remataban mi modelo.

-¡No! ¿Para qué te vas a poner ese pañuelo que te tapa el pecho?- me preguntó mi tía.

-Pero es invierno y que se me vea la musculosa… no sé…. ¿te parece?- le dije.

-¿Y qué tiene? ¿No me dijiste que hace calor en la empresa?

-Sí, sí, hace calor.

-Entonces dejate la musculosa así, ponete una cadenita y listo. El pañuelo te tapa todo el blazer. Y es muy lindo. Es una lástima que no se le vean los botones.

-Sí, ya sé, pero se me ve la musculosa y me parece que me marca mucho las tetas.

-No, no, si no es escotada la musculosa. Está bien, andá así. Total, en el viaje vas con el tapado encima. No pasa nada. Y mejor que te vean un poco lo que tenés, nena.

-Bueno- le dije y salí de mi casa vestida según las recomendaciones de mi tía.

Como todavía era temprano decidí tomar un café antes de entrar a la empresa. Hacía días que había dejado de visitar aquel bar en el que  un hombre de edad muy avanzada, para mi gusto, me había pagado varios cafés. Pero ya era hora de volver. No había conseguido café más rico en otros bares.

Cuando entré a la confitería noté algo extraño en el ambiente. Tardé unos segundos en darme cuenta de qué trataba, hasta que vi a Martin N. sentado a una mesa. Leía el diario y parecía no haberme visto todavía.  Como no quería sobresaltos ni soportar demasiadas palpitaciones desde temprano, me senté a una mesa alejada y de espaldas a él.

Pedí mi café y a los pocos minutos lo vi pasar caminando. Salió del bar sin haberme visto o fingiendo que no lo había hecho.  “Ay, ¡qué lindo que está con el traje y la corbata! Igual todo le queda bien a Martín. Pero no, no, ¿hasta cuándo voy a seguir con este juego mental estúpido con él? No sé, supongo que hasta que me pase algo interesante con alguien más. ¿Pero cuándo me pasará algo interesante a mí?” , me pregunté en vano y mi celular sonó:

-Hola.

-Anita, ya son las diez menos veinte y no estás acá. ¿Qué pasa?- me dijo Gustavo Almazán.

-Nada, si a la diez entro.

-Pero ayer a la noche mandé un mail a los gerentes y a vos para que estuvieran todos a las nueve y media, no a las diez, Anita.

-Ah, bueno, pero yo no pude leer el mail, Gustavo. No tengo Blackberry.

-¿Cómo no tenés Blackberry todavía, Anita?

-Y no, no, no me lo dieron.

-Bueno, ya le digo al gerente de recursos humanos que te lo consiga, porque no puede ser que justo hoy no llegues a horario. Lo tengo acá al lado, ya se lo pido. ¿Por dónde andás? Mirá que el chileno llega a las diez y media….

– En cinco llego, no te preocupes.

-Ok, ok, vení lo más rápido que puedas. Necesito las copias impresas de la presentación.

– Están en mi escritorio- dije y ya no oí nada del otro lado.

Cuando entre a la oficina vi que todos los gerentes, incluido Martín N. ,estaban sentados en el despacho de Gustavo Almazán. Bety y “el potus” les servían café. Fui directo a mi escritorio, dejé la cartera, me quité el abrigo y luego entré al despacho. Supuse que tenía que saludar a cada uno de los presenten con un beso en la mejilla y eso hice, en el orden en que estaban ubicados. Primero a mi amigo, el gerente de legales, luego a Martín N., que apenas rozó su rostro contra el mío, después a mi enemigo, el gerente de riesgo crediticio, e iba a seguir con los demás, cuando escuché:

-Gustavo, vos sí que la tenés clara: con Ana acá el chileno nos firma cualquier cosa- dijo el gerente de legales.

“Sublime, sublime, ¡qué lindo que me pase esto! ¡Qué lindo ser linda! ¿Por qué no empecé a producirme tanto antes? Porque yo tenía que ser linda, claro. Tenía que ser linda. Siempre tuve que ser linda. A mí no me importa ser inteligente, ni simpática, ni nada. Solo quiero ser feliz. Y para ser feliz hay que ser linda. ¡Linda! Como mi tía, como mi mamá, como Lucía Méndez, porque es la única forma que tengo para vivir una historia de amor, para que un tipo que me guste se enamore de mí. No hay otra, no hay otra. La belleza física lo es todo en esta época. Y además yo no tengo otras gracias en mi personalidad…”,  pensé y le di un beso al gerente de administración y contabilidad.

-¿Qué?- preguntó Gustavo.

-Que con Ana acá el chileno se va quedar muy conforme con la Argentina- dijo el gerente de legales y yo le di un beso al gerente de finanzas.

-No hay dudas, el chileno va a estar muy entretenido con Ana- siguió el gerente de administración y contabilidad.

-Bueno, pero esa no es la imagen que queremos dar de la empresa- contestó Gustavo Almazán.

-No sé qué pasó con tu Blackberry. Mandá un mail de nuevo- me dijo el gerente de recursos humanos cuando lo saludé.

-Ana, buscame las copias de las presentaciones ya- me ordenó Gustavo y yo, entonces, evité saludar a los que me quedaban  y salí del despacho. Caminé hacia mi escritorio a buscar lo que me había pedido.

Revolvía papeles cuando vi que Bety y Gustavo Almazán también habían salido del despacho, dejando al resto dentro.  Hablaban en voz baja y me miraba de reojo.

-Ya tengo todo- dije y levanté un brazo sosteniendo unas carpetas. Estaba contenta. Era linda. ¿Y además quién lo diría, no? Tanto tiempo había tenido que soportar que los hombres hablaran delante de mí de las virtudes de “el potus” y ahora la situación se invertía. La admirada no era ella. Era yo.

-Sí, Anita, está bien – me dijo Gustavo – pero vení, vení- me hizo una seña con la mano y me condujo  hasta una esquina apartada de la oficina.

-Sí, decime- le dije intrigada. ” ¿Me va a dar un aumento sin que se lo pida?” , pensé con ilusión.

-Anita, Anita, cómo decirte….

-Bueno, decime.-Estaba sorprendida.

-Anita, Anita- me dijo de nuevo y me puso nerviosa. A esa altura podía saber que algo andaba mal, pero no adivinaba qué era.

-Tu ropa.

-¿Mi ropa?-pregunté sin entender.

-Sí, Anita, tu ropa. Pedimos sobriedad.

-Bue…. Bue…- dije aturdida- ¿pero qué?, ¿qué tengo?- pregunté con timidez.

-Y…- me dijo– No sé, a lo mejor sería mejor que no estuvieras tan llamativa. ¿No tenés otra cosa acá para ponerte?

-Y no, no… – dije sorprendida e inhibida a la vez. ¿Qué había de malo en mí? Era un traje. Pollera y blazer hacían juego. Había una musculosa blanca debajo del blazer. Era ajustada, sí, pero no era escotada. Veía todos los días en la calle a un montón de mujeres vestidas así, como yo lo estaba en ese momento.

-Pero no, no, Anita, no quiero que el chileno piense mal. Ya viste lo que dijo el gerente de legales. No es la imagen que quiero dar de la empresa ¿No tenés otra cosa para ponerte? ¿Tu casa queda muy lejos?

-Sí, sí, queda lejos. Y acá no tengo nada.  Pero bueno, no estoy  presente en la reunión y listo, si estoy tan mal… – dije queriendo llorar. “No puede estar pasándome esto, es la peor humillación que recibí en toda mi vida”, pensé.

-¡No! ¡No!- exclamó Gustavo Almazán– En la reunión tenés que estar sí o sí, Anita, sos imprescindible. Dejame ver cómo lo arreglo ¡Bety! ¡Bety!- dijo y la invitó a acercarse con un gesto de manos.

-Sí- le dijo ella.

-Bety, ¿ tenés más ropa acá?

-Sí- le respondió.

– ¿Y qué ropa tenés?

-Una remera de gimnasia blanca, pero no se nota que es de gimnasia….

-Ok, ok, bueno, perfecto, perfecto. Hagamos así: Bety, vos quedate en tu escritorio. Que el café lo sirva, eh…, eh, la chica esta…

-Ernestina-le dijo Bety.

-Sí, esa, esa. Y vos dale la camisa que tenés puesta ahora a Anita- le ordenó. Bety llevaba puesta una camisa suelta estampada con flores diminutas y un moño hecho con una cinta marrón a la altura del cuello, al mejor estilo Laura Ingalls – Y los zapatos- agregó mirando los que tenía puestos – ¿Cuánto calzas, Bety?

-Treinta y ocho.

-¿Y vos, Anita?

-Cuarenta- mentí.En realidad calzo treinta y nueve, pero yo no me iba a poner las chatitas de Bety. Que Gustavo Almazán se olvidara del asunto.

-Bueno, bueno, porque estés con los pies apretados un par de horas no te va a pasar nada. Vayan al baño- ordenó–  Bety, dale tus zapatos y tu camisa a Anita y vos ponete los zapatos de ella y la remera de gimnasia, esa que me dijiste. No te vas a levantar de tu escritorio, así que no vas a tener que caminar con esos tacos. No te preocupes- le dijo.

-Y no, no, Gustavo, yo con tacos no camino. Siempre uso taco bajo- se quejó Bety– Con los zapatos de Anita no te hago ni dos pasos. Me caigo.

“¡Forra! No, no, esto es una humillación muy grande, muy grande. Todo el mundo se va a dar cuenta de que me hicieron cambiar de ropa. No, no, yo no sigo acá. No, no, ¿este tipo qué se cree? ¡No me puede estar pasando esto! ¡No me puede pedir que me cambie la ropa!” pensé y ya estaba en el pasillo, caminando hacia el baño de mujeres y con Bety al lado.

Me puse su camisa de Laura Ingalls y sus chatitas mientras hacía mucho esfuerzo para contener las lágrimas.  Quería gritar, formalizar mi renuncia a la empresa en ese mismo instante, pero pensar en las deudas que tenía con la tarjeta de crédito “Pedorra Gold” me impedía hacerlo.

Por eso regresé junto a Bety a la oficina. Los gerentes estaban de pie, ya fuera del despacho de Gustavo Almazán, cuando me vieron entrar. Nada me dijeron, pero pude notar que hubo risas y comentarios entre ellos a mi paso. Martín N. parecía ajeno a la situación. Estaba solo, unos pasos alejado del resto y me miraba con expresión seria cuando Gustavo Almazán se acercó, me tomó por la cintura y, con un gesto cariñoso, me dijo: “Mucho mejor así, Anita, mucho mejor…”

Nada le dije. Solo miré hacia mis abajo y vi las chatitas en mi pies. ¡Qué humillación para mí! En cuanto pude zafarme de él, seguí caminado y me senté en mi silla, la empujé contra el escritorio y fijé la vista en la pantalla de la computadora.

De todo y de todos

La relación con Samuel evolucionó de una manera no esperada para mí, pues, luego de que decidiera perdonarle el haberle enviado el famoso mensaje a Analia Bagayo desde mi celular, pensé que nunca más recuperaría la confianza en él.

Sin embargo, sucedió lo contrario, porque después de la pelea y de la posterior reconciliación (sobre la que ya les contaré detalles), alcanzamos un nivel de amistad más limpio, en el que podíamos dar a conocer el egoísmo y las bajezas de cada uno sin vergüenza.

Samuel también había sufrido cuando yo dejé la oficina de riesgo crediticio. Su confesión del incidente del mensaje causó que mis compañeros de ese sector lo atacaran todos los días. “Puto resentido”, “Cuidado con este, a ver si nos quiere dar a todos acá, o que le demos nosotros, ¡huyan a su paso!”,  fueron algunas de las cosas que le dijeron.

Pero Samuel sabía jugar. Por eso aguantó la situación unos días y luego le mandó un mail al gerente de riesgo crediticio para informarle que estaba siendo objeto de un trato discriminatorio por parte de sus compañeros. Como el gerente jamás le contestó el mail, Samuel puso al departamento de Recursos Humanos en conocimiento de la situación. Con mucha delicadeza,  le dijo al gerente de personal que si le no reparaban el daño que estaba sufriendo, dándole un pase de sector, denunciaría a Empresa Pedorra S.A. por discriminar a los homosexuales en todos los medios de comunicación.

Y así obtuvo el pase, al departamento de finanzas.

Cuando lo vi en la puerta de la empresa, un día de julio de 2011, me dijo lo que me decía siempre que me veía desde hacía ya varios meses:

-Ay, nena, ¡qué linda que estás hoy! A ver, pegá una vuelta – me pidió y yo lo hice– ¡Ay, che, pero qué buen culo te hace ese pantalón! Y ésas botas. ¡Estás divina, divina! No sabés lo que me alegra, porque antes, cuando trabajábamos en riesgo crediticio y te venías con esos sacos de tu mamá… Dios…

-Ay, no, nene, yo nunca usé sacos de mi mamá, dejate de joder. ¿Siempre me tenés que decir lo mismo? – me quejé cuando ya habíamos empezado a caminar. Íbamos a almorzar. Generalmente nos juntábamos a comer una vez cada veinte días más o menos.

-Bueno, pero algunos saquitos que tenías debían ser de tu vieja y no lo querés reconocer…

-No, ya te dije, si eran de vieja me los había comprado yo solita, eh. Y sabés, me da bronca que cuando trabajabas conmigo en riesgo crediticio no me decías nada de los sacos, porque yo no me daba cuenta que eran de vieja.

-Sí, sí, una vez te dije de un saco rosa que no me gustaba, ¿no te acordás?

-Ah, sí, sí, del saco rosa sí me dijiste, pero para mí era lindo ese saquito

-¿Lindo? Por favor, ¿qué decís? ¿Entramos acá?- me dijo señalando la puerta del bar al que iba casi todas las mañanas.

-No, no, acá no, es el bar del viejo que me pagaba los cafés.

-Ay, ¿pero qúe te importa? Mejor, dejatelos pagar, boluda. Aprovechá, que con lo que debés deber de la “Pedorra Gold” con toda la ropa que te compraste, ya no te va alcanzar ni para el viaje en tren. Y pensar que en Riesgo Crediticio creen que estás cobrando un montón de guita.

– ¿Qué? ¿Hablaste con alguien de ahí? ¿Fuiste a Riesgo Crediticio vos?

-Sí, ayer fui. Te iba a llamar pero me aguanté para verte la cara al contarte

– ¿Pero por qué fuiste?

-Me mandó mi jefe. Bah, en realidad yo nunca quise ir y siempre esquivaba llevar papeles allá. Pero ayer tomé coraje y me mandé. Total… ya los había empezado a saludar a los chicos en los pasillos desde hace rato.

-Sí, sí, yo también los saludo cuando los veo.

-Hacía como dos años que no iba a esa oficina.

-No, dos años, no, me parece que menos.

-Bueno, sí, menos, me fui de riesgos en noviembre de 2009, así que todavía no son dos años, pero es lo mismo, che, estás como “momento cúlmine” con las fechas al final.

-No lo nombremos a Ferni mejor, eh.

-Sí, sí, mejor, a ver si todavía me empezás a hablar de él. ¡No, no, por favor, no! –me dijo en broma.

– No, no, ya sé que cansé a todo el mundo con eso.  Y hace mucho que no te hablo de él, así que no te quejes, eh, porque ya aprendí, ya no voy a decir nada más de eso.

-Me parece bien. Era hora.

– Bueno, pero dale, contame lo que pasó en Riesgo Crediticio.

– Bueno, te cuento, te cuento – me dijo entusiasmado y frotándose las manos –  entré con buena onda y la verdad es que me recibieron bien. Al final me parece que es mejor olvidar lo que te hacen y no vivir resentido, porque es al pedo, ¿no?

-Sí, sí, obvio que es al pedo.

– Y fue muy buen negocio haber ido. ¡No sabés, no sabés, Ana, todo lo que dicen de vos!

-¿Qué dicen?

-Ay, que estás re linda, que estás diferente, que debés ganar un montón de guita y por eso te comprás ropa buena.

-¿Y vos qué les dijiste, que el sueldo todavía no me la aumentaron y que gano lo mismo que ellos?

-No, nena, no, estás en pedo, les dije que ganás un montón, más que un gerente.

-Ay, pero no, no, ¿para qué les dijiste así?

-Para que reventaran de la bronca. No sabés la cara de Analia Bagayo. “Bueno, igual que no se la crea Ana, porque la gente en esos puestos dura poco. Es mejor ser jefe intermedio, es más estable”, dijo la envidiosa.  Y yo le contesté: “Sí, pero con la indemnización que le van a dar si la echan se puede comprar dos departamentos, en cambio un jefe intermedio en veinte años a lo mejor con el sueldo llega a ahorrar para un inodoro”

-Ay, pero vos se la hiciste peor, nene. Es tu especialidad ésa, eh. Cómo te gusta.

-Sí, sí, y no sabés…- dijo y me observó la expresión – ¿Qué pasa? ¿No te pones contenta? Dijeron que estás re linda, que estás bien, te envidian,  y además otra cosa más importante: que salís con Almazán.

-¿Eso dijeron? ¿Que yo salgo con Almazán?

-Sí, sí, ¿pero no te pone contenta? Eso quiere decir que ellos te ven con el perfil para salir con él, que te ven muy bien.

-Pero tiene novia Almazán.

-Sí, sí, pero me parece que en Riesgo Crediticio no lo saben y yo no se los dije.

– ¿Pero qué les dijiste de Almazán?

-No, no, de eso nada, me hice el misterioso porque tenía miedo de meter la pata si alguien sabía lo de la novia de Almazán. Si no les decía que sí, que ya estaban pensando en tener hijo. Ay, ¿pero qué te pasa? Te cambió la cara.

-Y sí, es que ya los conozco, Samuel, y detrás de eso seguro vino otra cosa, ¿no?

-No, no, no vino nada, nada.

-Ay, no mientas, nene, seguro que se despacharon con el asunto de mi virginidad. Ya sé, ya sé, ya los veo. Andá a saber lo que dicen de eso ahora.

-No, no dijeron nada.

– Dale, Samuel, no mientas, dejate de joder, contame.

-No, no, ¿para qué querés saber eso?

-Porque lo quiero saber, ya sabés cómo soy. Ahora que me dijiste, contame.

-No, no

-Sí, sí, contame. ¡Dale!

-Bueno, te cuento: dicen que te desvirgó el padre Juan en el archivo, y que como viste una por primera vez, te alegró la vida y por eso el cambio de look.

-Ah, ¿eso? ¿Con el padre Juan? No me causa ni gracia esa versión.

– Bueno, es lo máximo que le podés pedir a su imaginación.

-¿Y qué más dijeron?

-Nada, nada. Te juro, en serio, nada más, eso solo, al menos en la media hora que estuve yo ahí. Pero ponete contenta, che, te ven con perfil para Almazán, ya te dije.

-Pero qué me importa eso, si Almazán no me ve con perfil para él. Tiene una novia de veinte años y ahora que había superado muchos complejos, resulta que me empecé a sentir vieja por eso.

-Ay, no, no, nena, ¿qué vieja?, si el tipo es más grande que vos, ¿tiene treinta y cinco, no?

-Sí, pero le gustan las pendejas. A las de treita las descarta.

-Ay, ¿qué sabés si las descarta?

-No sé, para mí es el típico que no sale con mujeres de más de veintrés años, porque viste que hay tipos que son así, como Calamaro o como todos los rockeros que tiene cincuenta y les gustan las de veinte. Encima la chica es preciosa.

-No sé, es linda, pero no es para tanto tampoco.

-Sí es muy linda.

– Pero es otro tipo de mujer completamente diferente a vos. Es una muñequita la mina ésa. Y vos sos diferente, no sé, lo de ustedes sería como comparar a Cameron Díaz con Penélope Cruz.

-Ay, sí, pero yo no soy como Penélope Cruz y ella sí es mejor que Cameron Díaz, eh.

-No sé, nena, ahora estás con look medio Penélope Cruz, eh, así que no sé. ¿Pero para qué te hacés tanto problema? ¿A vos te gusta Almazán?

– No, ya te dije que no, ya ni me lo banco, creo que lo odio, porque es el regulador de autoestima para abajo constante que tengo. Voy por la calle, me miran, me dicen de todo y entro a la empresa y el tipo ni me registra. Y yo soy una boluda encima, o me siento boluda cuando estoy con él.

-¿Pero por qué te sentís así si el tipo está contento con tu trabajo?

-Porque sí, porque el tipo se hace el cariñoso y siempre me saluda acariciándome el brazo y se queda frotándomelo y sonriendo y yo no sé qué hacer, me encorvo toda, y me sale el “jijiji”.

– Bueno, te inhibe, entonces a lo mejor es porque te gusta.

-No, no me gusta, ya te dije. Es lindo, sí, pero no, no es para mí. Además tiene novia. No te olvides de ese detalle, eh. Y la chica me cae bien, es muy buena mina.Y no es que me interese Almazán, lo  que me pasa es que como me siento continuamente dando examen con él, me agarran todas las taras, a veces ni escucho lo que me dice.

-¿Todavía te pasa eso?

-Y con él sí, pero no siempre. Cuando estoy  en el despacho y hablamos bien no me pasa, bah, no se puede hablar bien con Almazán nunca, porque le suena el teléfono cada dos minutos, y el tipo atiende, te deja dos horas ahí sentada y yo no sé qué hacer a veces, ni para qué lado mirar cuando él habla por teléfono.

-Medio maleducado, ¿no?

-Por no decir del todo.

-¿Pero cuándo no lo oís?

-Cuando me dice cosas al pasar, cuando son dos o tres palabras en el pasillo o cuando pasa por mi escritorio, en esos casos me suele pasar quedarme sorda. 

-¿Y qué hacés?

-Nada, pregunto “¿qué?” , “¿qué?” ,”¿qué?”, y él repite lo que dijo, pero yo no escucho y al final me río con el “jijiji” y listo.

-¿Y no se da cuenta?

-No, no creo, si igual ya te dije, no me registra, jamás me preguntó nada de mi vida, no sabe ni con quién vivo, ni mi estado civil, ni nada. Tampoco se acuerda de mi apellido, ni de lo que estudié, soy un cero a la izquierda para él.

-¿No sabe lo que estudiaste?

-Se lo repetí mil veces, pero a veces me pregunta: » ¿Y vos, Anita, qué era lo que habías estudiado? » Nunca se acuerda.

-Bueno, es que el tipo está en otra, tiene una empresa, muchas cosas en la cabeza.

-Sí, ya sé eso, pero bueno, a mí me hace sentir mal porque es el tipo con el que más contacto tengo. Encima mi papá quiere que me lo levante, ya sabés. Llego a mi casa y todas las noches me pregunta: “¿Y?  ¿Hoy le hiciste caída de ojos a Almazán? ¿Se te tiró un lance?”

-Ay, no, no, tu viejo es un show. ¿Sigue con Almazán de candidato?

-Sí, sigue a full, pero no sé bien si lo dice en serio, si lo dice en broma, porque piensa que es narco Almazán, o lavador de dinero del trafico de armas me dijo ayer.

-Ah, sí, sí, ya me lo habías contado a eso. Me cago de risa con tu viejo. Es un capo

– Sí, porque no vive con vos….

-¿Pero a veces vas a ver a gente afuera de la empresa con Almazán? ¿Nunca te sacó tema de conversación cuando van juntos en la camioneta?

-Ay, no, no me hables de eso, eh. Tiemblo cada vez que me pide ir a algún lado con él.

-¿Por qué?

-Porque es de terror, de terror. Mirá, la otra vez le conseguí un franquiciado. Un tipo que tiene una casa de electrodomésticos en “R”.

-¿”R”?

-Sí, “R ”es un pueblo, por ruta 8, en el kilómetro cien más o menos.  Es en donde mi tío tiene la quinta. Hay pocos negocios ahí, es una ciudad de campo, pero es un buen mercado. El dueño de la casa de electrodomésticos la tiene hace tiempo ya, pero la veía muy venida a menos últimamente, entonces entré un día, le hablé acerca de convertirse en marca Pedorra con una franquicia, le dije que la empresa le iba a aportar capital, mejores proveedores y todo eso, y el tipo agarró viaje.

-Ah ¿ves? ¿Mirá lo que hiciste? Le cerraste un negocio. Lo pudiste convencer al tipo.

-Sí, al de casa de electrodomésticos de “R” sí, porque es un tipo grande, muy amable, no me inhibió para nada, por eso pude hablar bien y convencerlo, supongo.

-¿Y no te dio comisión por el negocio Gustavo?

-No, qué me va a dar. Yo tampoco se la hubiera aceptado, no es el hecho. El hecho es que me llevó hasta “R” con la camioneta.

-¿La BMW X6?

-Sí, sí, con esa “cosa” me llevó.  Se la pasó bostezando todo el viaje. A mí me bostezan todos los tipos al final.

-Bueno, no seas exagerada.

-No soy exagerada, soy realista. Y encima me llevó a doscientos kilómetros por hora por la ruta. No sabés el miedo que me dio.

-¿Y no le dijiste nada?

-No me animé.

-Ay, nena, pero te vas a morir estrellada en la ruta por culpa de no decirle.

-Y bueno, qué sé yo, no puedo hacer esas cosas. Además puso una radio, ¿viste esas fm en donde no hay música y se la pasan hablando?

-Si, un plomo son algunas.

-Bueno, pero ésta no era un plomo, era una guarangada tras otra. Hablaban de masturbación, de tipos que acaban en una media, no sabés, no sabés, un asco, una vergüenza bárbara escuchar todo eso con él ahí en la camioneta.

-Me imagino, ¿y no la cambió la radio? ¿no te habló de algo?

-No, no, no la cambió a la radio y casi ni me habló, lo único que me decía a cada rato era que estaba cansado y bostezaba. Me contó algo del chileno que quiere instalar una sucursal de Empresa Pedorra en Chile, pero nada más.

-Bueno,pero vos no le sacaste tema de conversación tampoco.

-Es que no sé ni qué tema sacarle. No sé… encima no sabés lo que es subir a esa camioneta. Tengo que hacerlo de frente, escalar más o menos.  Y cuando salís de la cosa ésa te mira todo el mundo como si uno se hubiera bajado de un plato volador.

-Y sí, porque una camioneta así llama mucho la atención.

-Sí, sí,  siempre se acerca gente a mirarla cuando la deja estacionada. Encima no sabés cómo la cuida Almazán. Una vez me retó porque supuestamente había cerrado la puerta muy fuerte. Me dijo que se la iba a volver giratoria. Entonces ahora tengo miedo, cierro bien despacito cada vez que me subo, y resulta que la puerta nunca cierra bien. Me dice “Probá de nuevo un poco más fuerte, Anita”, y yo pruebo y de nuevo no cierra, “Anita, más fuerte”, y como tengo miedo de que me rete después, otra vez no me cierra la puerta y así veinte veces, hasta que al final le doy con todo, se cierra y me dice: “Bueno, pero no, no, Anita, así tampoco, es muy fuerte, tenés que aprender a regular la fuerza”.

-Es un pelotudo, porque mirá que pensar que una BMW así, que debe costar doscientos mil dólares, no está preparada para resistir tu fuerza en las puertas.

-Sí, sí, ya sé eso, pero el tipo es así. Es básico. Come solamente en Mc Donald’ s. Me lleva ahí siempre, bah, no, una vez, justo la de “R”, como no había Mc Donald’s en el pueblo, fuimos a una parrilla. Y no sabés, no sabés. El mozo dejó la bandeja con asado y la ensalada en la mesa y se fue. Y Almazán me miró, como esperando que hiciera algo yo.

-¿Y qué tenías que hacer vos?

-Ah, yo no sabía y me lo quedé mirando también.

-¿Y qué quería al final?

-¿Y, Anita? – me dijo – Servime- y levantó el plato – Yo nunca le sirvo nada a nadie porque no sé, están ahí las cosas y que cada uno se sirva, ¿no?

-Y sí, que cada uno se sirva está bien. Ay, pero encima con lo poco habilidosa que sos con esas cosas cuando te ponés nerviosa, ya me imagino, ya me imagino lo que pasó.

– Sí, imaginás bien, al asado se lo pude servir, pero después me pidió ensalada…

-Y se te cayó.

-Sí, bah, no toda, no le emboqué al plato y se cayó un pedazo de tomate y un poco de lechuga en la mesa. No sabía qué hacer, me dije: ¿junto lo que se cayó y se lo pongo en el plato, o qué carajo hago?

-¿Y qué hiciste?

-Se la junté con los cubiertos y se la puse en el plato al final, pero me costó bastante hacerlo, porque me temblaban las manos un montón.

-¿Y te dijo algo?

-No, no me dijo nada y empezó a comer

-¿Pero cuándo comen juntos no hablan?

-No, ¡qué vamos a hablar! Él no atiende el teléfono cuando maneja, ni cuando está cerrando un negocio, obvio, así que cuando vamos a comer se relaja y  levanta todas las llamadas perdidas, atiende las que le entran, se la pasa hablando, no me da ni pelota, como si no estuviera. Pero ya sé que no me lo tengo que tomar como nada personal porque le hace lo mismo a todo el mundo, a la novia también. No le da ni la hora a la chica tampoco. Ella va a la oficina  y él la deja sentada en el despacho y habla por teléfono. O si no le pide que le vaya a buscar café o que le compre algo en el quiosco.

-Una sirvienta quiere en vez de una mina.

– Sí, sí, una sirvienta. Y yo para hacerle de sirvienta a un tipo no estoy. La verdad que una vida así no es para mí. Así que Almazán no me sirve ni para tener fantasías, mirá. Porque me lo imagino cómo debe ser cogiendo si es así en la vida. Le debe decir a la novia: «Haceme esto, haceme lo otro, chupame acá, chupame allá, y él se queda quieto y no hace nada, bah, no, a lo mejor atiende el teléfono mientras coge también…»

-Sí – me dijo Samuel riéndose- ni sexo oral le debe hacer a la chica. Él la pone y listo, no le pidan más. Y abajo, para no moverse. Seguro que es así.

-Seguro.

-Entonces no es buen candidato Almazán. No es tu perfil, vos no sos una mujer para ser satélite de un tipo, encima que no hacés ninguna tarea doméstica ni te gustan esas cosas. No, no, descartado Almazán, descartado… –dijo y se produjo un silencio.

– Hay algo que tenemos que resolver, ¿no? Porque la verdad es que yo nunca me imaginé que Martín iba a volver a la empresa.

-No, yo tampoco. ¿Lo viste ya?

-Sí, sí, lo vi, vino a finanzas una vez.

-¿Y qué pasó?

-Nada, se acercó a mi escritorio a saludarme. Yo le dije: “Hola, ¿qué tal? Tanto tiempo”, rápido y me levanté y me fui. Me puse todo colorado, ¡no sabés el momento! Cuando lo vi venir tenía miedo de que me trompeara.

-Bueno, pero no, él no sabe nada de lo del mensaje se ve, porque a mí todavía no me saluda.

-Pero vos le llegaste a decir que fui yo, así que…

-Si, sí, pero casi no me dejó hablar esa vez. Ya te conté. No me creyó. Y es evidente, ¿no? Porque a vos te saluda lo más bien y a mí no. Pero bueno, ¿vos qué sentiste cuándo lo viste?

-Y no sé, no sé, yo estoy con Hernán, ya sabés, estoy re bien, nunca me hubiera imaginado que alguna vez iba a ser monógamo, o sea, me gusta Martín, lo vi y me dio algo, no te lo voy a negar, pero no lo cambiaría a Hernán por él. Esa es mi verdad, Ana.  ¿La tuya cuál es?

-No, no, ninguna, lo único que quiero es aclarar las cosas, que aunque sea me salude cuando me ve, porque es muy incómoda esta situación para mí.

-Bueno, eso ya va a pasar, es inexorable, alguien de riesgo crediticio le va a decir que yo confesé lo del mensaje

-Pero si se fue peleado con todo el mundo de ahí también, ¿cuándo va a hablar con alguien?

-Ah, sí, en eso tenés razón.

-Yo se lo voy a decir de nuevo, Samuel, en cuanto tenga oportunidad se lo voy a decir.

-Bueno, bueno, está bien, me parece bien que lo hagas. Pero si me viene a encarar yo le digo “Sí, fui yo” y salgo corriendo, no me pidas más, por favor.

-No, no, ya sé. No te pido más.

-¡Uy, uy! Ahí está Martín.

-¿Dónde, dónde? – pregunté alarmada y mirando para todos lados.

-No, no está, boba, era una broma. Te agarré distraída.

-Ay, qué boludo, nene.

-Pero cómo te pusiste, eh.

-Bueno, ¿qué querés?

– Que seas feliz, eso quiero.

-Ay, no, no te pongas en melodramático, por favor.

-Mirá, si vos al final terminaras con Martín, yo ya estuve pensando cómo serían las cosas, porque supongo que después de lo que pasó, los tres a comer no vamos a poder ir y padrino de tus hijos no me vas a nombrar.

-Ay, ¿qué boludez decís?

-Mirá, yo estoy feliz con Hernán, Ana, y la verdad es que creo que la experiencia que tuvimos con lo que pasó con Martín fue algo que determinó eso, porque me sentí tan pero tan mal cuando fue lo del mensaje, por haberme reducido a hacer eso, por cagarte a vos, por lo que te pasó después con “momento cúlmine” por todo eso, que me propuse encontrar a alguien para mí, dejarme de joder con los heterosexuales. Y lo hice, y apareció la persona.

-Bueno, sí, apareció. Tuviste suerte.

-No sé si es suerte, eh. Cada vez estoy más convencido de que es otra cosa, lo que vos te proponés para tu vida te determina.

-Sí, puede ser, qué sé yo, no sé, leo tanto sobre eso últimamente, pero no sé, no sé.

– Mirá, yo estuve asociando cosas de Martín. Cuando nos empezamos a hacer amigos, él te nombraba en las conversaciones, me preguntaba cosas, como qué estudiabas, con quién vivías y eso. También de los demás, pero a lo mejor era para disimular…

-Bueno, si te preguntaba de los demás también…

-Pero me parece que más de vos. Y mirá, eso fue antes de que yo me enamorara de él, fue al principio. Lo que pasa es que yo nunca pensé que Martín se podía fijar en vos, la verdad.

-Sí, sí, ya sé…

-Pero no por lo que vos pensás, eh, porque estabas fea, era porque siempre te me presentabas como tan perdedora, tan desdichada, que bueno, al final contagiabas esa imagen de vos.

-Puede ser.

-Uy, uy, ahora está Martín entrando en serio. No te des vuelta, no te des vuelta.

-Ay, no, nene, ya no te creo- dije, y cuando iba a darme vuelta, Martín N. ya estaba parado al lado de la mesa a la que estábamos sentados Samuel y yo.

Entre la nada y Ferni

-Ayer fui al bar al que voy casi siempre a tomar un café antes de entrar a trabajar.

-¿El mismo bar en donde un “admirador secreto” te pagó la cuenta hace poco?- me preguntó con una sonrisa mi psiquiatra, la Doctora Delia Rincón, un día de julio de 2011.

-Sí, ése, ése. Y ya vas a ver lo que pasó con eso también, con mi admirador secreto. Pero antes te cuento lo que pasó con Martín: resulta que yo entré al bar, me senté, pedí un café, abrí la computadora y a los dos minutos entró él también.

-¿Martín?

-Sí, sí, Martín, Martín. ¿Viste que te dije que hace una semana que está de nuevo en la empresa y no me saluda? Tampoco quiso que yo le pasara la información sobre los procesos. Y cuando viene a la oficina saluda a todas menos a mí el idiota, es insoportable la situación. Encima está mucho tiempo en mi sector, porque se reúne seguido con Gustavo Almazán.

-¿Pero las demás no lo notan a eso, que a vos no te saluda?

-Y no sé, si yo con las demás mucho que digamos no hablo….

-Bueno, pero esa actitud de él yo ya te dije que es porque todavía debe pensar que fuiste vos la del mensaje.

-Sí, eso sí, seguro que es porque no sabe todavía que no fui yo la que mandó ese mensaje de mierda. Pero además supo lo de mi virginidad Martín también.

-¿Pero eso que tiene que ver?

-No, nada, pero bueno, me da vergüenza eso también. Y además me jode mucho que él no me dé ninguna oportunidad de aclarar el asunto del mensaje. La verdad es que yo no sé qué carajo hacer, porque fijate: apenas entró al bar me vio, me miró fijo, serio, y subió las cejas.  Yo también lo miré fijo, y le mantuve la mirada, pero dos segundos nada más, porque él enseguida bajó la vista. No me saludó ni en el bar. ¿A vos te parece? ¿Tan resentido puede ser?

 -Y…

-Bueno, sí, a lo mejor sí- dije – pero si yo estuviera enojada con alguien y entró a un bar y me encuentro a esa persona, no sé, me voy a una mesa lejos y me siento dándole la espalda. Pero Martín, no, se sentó a dos mesas adelante de la mía y de frente encima.

-Ah… ¿eso hizo?

-Sí, eso.

-¿Y vos que hiciste?

-Nada, no quise mirar mucho, al principio…

– Me imagino. Estarías por esconderte debajo de la mesa – me dijo Delia Rincón en tren de burla.

-No, no, para tanto tampoco- le dije riéndome – Después lo miré un par de veces y él estaba leyendo el diario, como si yo no existiera. Entonces clavé la vista en la pantalla de la computadora un rato, no me podía concentrar igual, y después al final lo miré de nuevo, a ver qué hacía.

-¿Y?

-Y me estaba mirando. Lo pesqué justo.

-¿Y? ¿Qué hiciste?- me preguntó Delia Rincón entusiasmada.

-Nada, bajé la vista enseguida. No me animé a mantenerla esta vez.

-Ah… pero no, no, así no.

-Bueno, pero a los dos minutos miré de nuevo, y de nuevo él me estaba mirando. Ahí le mantuve la vista, dos segundos habrán sido, hasta que él la bajó, porque él fue el que la bajó esta vez, yo, no,  y dio vuelta la página del diario, como si nada.

-Te está provocando Martín. ¿Te das cuenta de eso?- me interrumpió Delia Rincón.

– No, no, no me doy cuenta, ¿provocando???

-Sí, sí, te está provocando. No sé por qué, pero me parece. A lo mejor es por venganza o por otra cosa. No sé, no lo podemos saber todavía. Pero te está provocando Martín.

-¿Pero provocando para qué?

-Para que le digas algo, para que reacciones de alguna manera, supongo. Para que le des pelea u otra cosa, no sé, no sé, pero que te está provocando, te está provocando.

-No lo había visto así, la verdad. Yo siempre creo que la gente no me ve, que soy insignificante.

-¿Pero insignificante esta vez? No tiene sentido lo que decís. ¿No te das cuenta de eso, Ana? Me acabas de decir que el tipo te miró, que se sentó a un mesa que estaba cerca de la tuya, ¿a dónde está la insignificancia entonces?

-Bueno, no sé, tenés razón, puede ser que yo ahora con lo que me está pasando, con «mi transformación» sea diferente para los demás…- le dije a Delia Rincón en broma.

-Con tu «transformación», ¿ pero qué sos ahora?, ¿un gusano que se transformó en mariposa?- siguió bromeando.

-No, no, sigo siendo la misma, al menos de adentro, porque me sentí como la mierda en ese bar, como un gusano,  por Martín y por otra cosa después, porque cuando pedí la cuenta, el mozo me dijo la frase mágica: “No, ya está paga”.

-¿Te la pagó Martín?

-No, no, ¡qué me la va a pagar Martín!,  nada que ver, si me la hubiera pagado Martín hubiera empezado por ahí, o no, te hubiera venido a pedir el alta directo.

-Ah, sí, claro, sí, claro, perdón, tenés razón- me dijo Delia Rincón riéndose.

-No, está bien. Él estaba concentrado en el diario en ese momento. El que me la pagó era mi “admirador secreto”.

-¿Y Martín se dio cuenta? ¿Lo viste a tu admirador secreto?

– No, no creo que se haya dado cuenta Martín. Estaba metido en el diario. Y a mi admirador lo vi, sí, lo vi, un bajón fue descubrirlo- le dije lamentándome -, porque al final tenía razón mi papá, era un viejo, de cincuenta o más, no sé, que estaba tomando café en la barra del bar. Me miró con una risa de viejo verde insoportable y a mí me dio un asco tremendo, así que me levanté y me fui rápido porque tenía miedo de que me siguiera el viejo de mierda ése. Me arruinó el día, la buena onda, todo, cuando me enteré que había sido él. Lo único que me faltaba era que me siguiera hasta la puerta de la empresa. Encima llovía. Y caminé media cuadra, pisé una baldosa floja, se me metió el taco del zapato adentro y me caí. Me manché las rodillas del pantalón, bah, todo el pantalón. Por suerte no se me rompió porque todavía lo estoy pagando en cuotas con la “Pedorra Gold”.

-Uhh… ¿Pero te lastimaste?

-No, no, me ensucié nada más. Y cuando ya me había levantado y me estaba sacudiendo el pantalón en la vereda, me pasó Martín N. por al lado. Ni me miró y siguió de largo el forro.

-Ah, ¿mirá vos? Salió del bar justo cuando vos saliste. ¡Qué casualidad!

-Bueno, no, mucha casualidad que digamos no era porque se hacía la hora de entrar a la empresa.

-Ah, ah, bueno, sí, sí, eso sí, está bien.

-¿Y ves lo que me pasa?- me quejé– Al final el único acontecimiento interesante que tuve en la semana fue el encuentro con Martín N. en el bar. Y es al pedo darle vueltas a ese pibe, porque ya fue, bah, no, en realidad nunca fue, porque hace dos años que me hizo una fea: salió con Verónica cuando podía haber salido conmigo.

-Bueno, Ana, pero no sabemos qué pasó con Verónica al final. Tu amiga Carla te dijo que no la había llamado más Martín a esa chica después del lío de la fiesta, ¿no? Y en esa historia hubo mucha suciedad también, tu amigo Samuel, lo de tu jefa en ese momento, no sabemos bien qué paso ahí en el medio de semejante embrollo.

Sí, sí, ya sé, pero igual no es eso lo que te quería decir. Es otra cosa, es que estoy podrida de prestarle atención a gente que no tiene nada que ver conmigo. Y esto me pasa porque estoy muy sola, porque estoy aburrida, porque fuera del laburo no tengo nada. Mis amigas están en otra, una embarazada, dos con hijos. Yo sigo sola. Esa es la verdad. Ni siquiera tengo una compañía para salir

-Sí, sí, eso ya lo sabemos, lo venimos hablando hace mucho.

– Pero no sé qué hacer para variar la situación. Me la paso todo el fin de semana encerrada en mi casa con mis viejos. Encima mi papá desde que se jubiló hace cosas de viejo, escucha Radio 10 todo el día y al final yo termino los sábados y domingos escuchando Radio 10 también, como una vieja, deprimente es lo mío.

-Y sí… pero tenés que hacer otra cosa, ya te dije. Eso está en vos, Ana.

-Sí, ya sé que tengo que hacer cursos, alguna actividad, conocer gente  y eso, pero no sé, no me parece que vaya a conocer a nadie interesante en ningún lado y la verdad es que tengo miedo de caerme de nuevo. De eso tengo mucho miedo.

-¿Qué tu ánimo se caiga de nuevo querés decir?

-Y sí, sí, porque los fines de semana son mortales para mí. Bah, no, los fines de semana solamente, no,  en realidad todas las salidas del trabajo, la llegada a mi casa,  las noches son mortales.

-¿Por qué?

-¿Y por qué va a ser?

-¿Por Ferni?

-Y sí, sí, por él,  pienso en Ferni.

-Pero hace varias sesiones que no me hablás de él. ¿Sigue tan presente?

-Y sí, sí, sigue presente. Si no te hablo, la verdad es porque tengo miedo de pudrirte, pero sí, las imágenes de todo lo que pasó se me siguen repitiendo en la mente constantemente.

-Pero no es miedo de pudrirme a mí lo que tenés que tener, es miedo de pudrirte a vos.

-Sí, ya sé, ya sé.

-¿Y qué pensaste sobre Ferni últimamente?

-Y en todo, nada en especial, me lacero, me culpo, como siempre.

-¿Pero con qué cosa en particular esta vez?

-Ayer a la noche y hoy me estuve “dando” con lo que pasó después de la pastilla del día después justamente. También con lo que pasó con Carla, con Danilo por esos días, lo que me dijo ella, lo que yo hice, y todo es una mierda para mí. Mi mente no para…

Buenos Aires, septiembre de 2009.

La madre y la hermana de Carla tuvieron una reacción muy fea cuando se enteraron de la conducta de Danilo: le echaron la culpa a ella. Le dijeron que no lo atendía, que se la pasaba mirando novelas y que metía a terceros en la relación, entendiéndose por “terceros” a quien escribe este blog.

“No se la hagas tan fácil. Si se quiere ir con otra, que se vaya, pero que le cueste. Volvé al departamento e instalate ahí, hacele la comida todas las noches como si no hubiera pasado nada y vas a ver que no se va a animar a irse con otra así nomás”, le dijo su madre a Carla. “¡Ay, mamá! ¿Pero para qué querés que Danilo se quede conmigo de esa manera si ya no me quiere?”– se quejó ella. “¡No me quiere, no me quiere!”– se burló su madre – “Son pavadas ésas. Quedate en el departamento de Danilo y listo. Estás embarazada, nena, que se haga cargo de la situación, haceme caso, por favor” y Carla se lo hizo.

Regresó al departamento el día después al del incidente en la puerta de la casa de la tal “Norma”, pero Danilo jamás pasó por ahí, ni para buscar un calzoncillo siquiera. Cuatro días lo esperó Carla, hasta que se rindió y se vino a vivir a mi casa.

Cuando llegué de trabajar una tarde, la encontré en mi habitación instalada, con la computadora encendida, mirando un video de Lucía Méndez.

-Mira lo que encontré- me dijo – Una canción de Lucía para mujeres engañadas y resentidas.

Y escuche la canción “Ya la pagarás”, que es muy recomendable para casos como el de mi amiga.

-¿No era que a vos no te gustaban las canciones de resentidas?- le pregunté.

-Bueno, no me gustaban, pero ahora me gustan. Una puede cambiar, ¿no? Esta le va justo a Danilo. ¡Qué forro! ¡Forro, forro, forro! Te juro que lo pienso y no lo puedo creer. Si se hubiera ido con una pendeja lo entendería, mirá, lo entendería, pero con una vieja, ¡una vieja! No, eso sí que no, no se puede entender.

-Y bueno, sobre gustos…

-Y una vieja con tres hijos encima. Se los lleva al colegio a la mina. Mis sobrinos tienen la edad de esos chicos y Danilo nunca les dio pelota. ¿Y ahora lleva al colegio a los hijos de la vieja puta esta???

-Ya sé, Carla,  ya sé… yo todavía no lo puedo creer, te juro que no lo creo,  ¿pero qué vas a hacer?

-Nada, nada, no puedo hacer nada.

-No, nada, no podés hacer nada, ya está todo acabado.

– Sí, ya sé…. ¿Y Ferni? ¿Apareció hoy?- me preguntó.

-No, qué va a aparecer ése. Menos mal que me habías dicho que en dos días dejaba a la novia, ¿no? Ya pasaron como seis y el pibe se borró.

-Ay, Ana, no se borró, es Ferni, es lento, ya lo conocemos. Y además es dejar a la novia, son cinco años, entendelo. Está bien que se tome su tiempo. Tu ansiedad es porque nunca estuviste en una relación larga y no sabés lo difícil que puede ser salir, y más para Ferni…

-Sí, ya sé, ya sé que para Ferni todo es más difícil, que él vive en cámara lenta, que es el emperador de la parsimonia, pero bueno, ya es mucho, son seis días, loco, no puedo ser esto. Yo ya estoy muy mal, entre lo que me contó de la novia, lo de la pastilla del día después y todo, no sé, no sé, ya no estoy creyendo mucho en él, eh.

-Ay, Ana, ¡qué densa que sos, nena! La verdad que esos densa, eh. ¡Pobre Ferni! La que le espera con vos.

– No sé qué le espera, Carla, el tipo está con la novia y no me llama, ¿no te das cuenta? Encima yo hice lo que hice con él. Me siento para la mierda por eso.

-Ay, Ana, ¿si no pasó nada?, ¿qué decís?

-No, sí  pasó, yo hice sexo oral, estuve desnuda con él, no te olvides, nunca había hecho una cosa así con nadie antes. Para mí fue mucho eso. Y además está bien, no entró, pero yo ya qué puedo decir que soy: ¿”técnicamente virgen”?, ¿cómo se llama mi estado ahora?

-Ay, no, nena, no, seguís virgen, dejate de joder. Igual no es ningún mérito ése, eh, pero si a vos te deja más tranquila, para mí seguís virgen, quedate contenta.

-No sé, no sé eso, no sé qué soy. Y además hay otra cosa: ¿vos sabés lo que es que Ferni me deje? ¿Vos sabés lo que es ser una mujer despreciada por Ferni? Mirá que hay que hacer méritos para eso, eh, ¿y cómo sobrevive mi autoestima después de una cosa así?

-Bueno, Ana, pero pobre Ferni, dejate de joder, dejá tu ego de lado con él,  porque el pibe va a dejar a la novia por vos y ahí, en ese caso, ¿qué haces?, pensalo, no seas imprudente.

-Mirá, a esta altura que la deje, es lo menos que puede hacer, eh, después de todo lo que me dijo, lo del chocolate guardado por ocho años, «el momento cúlmine», que la busqué en el diccionario a la palabra ésa «cúlmine» y no está, pero en fin, suena bien. Y encima lo que le hace la mina que tiene. No le va a pasar nada si la deja. Esa mina lo quiere menos que yo. Estoy segura de eso.

-No sé, Ana, a lo mejor son problemas de ella y él no tiene nada que ver, andá a saber qué mambo tiene en la cabeza la mina ésa.

-No sé, no creo que tenga ningún mambo. Para mí la mina es una hija de puta, que está cómoda, porque él le hace todo, le da plata también. Una turra es.  Además ya sabés que algo con él a mí me pasa ahora, así que seguro que la relación entre nosotros funciona esta vez…

-Bueno, bueno, Ana, no sabés bien qué te pasa, pero si te sentiste bien con él,  mandale un mensaje, reprochale lo que te está haciendo, pedile que se ponga las pilas y que te llame, que tome una decisión, que la deje a la novia y listo.

-Ay, no, no, Carla, ya le mandé un mensaje «reprochón» así la otra vez, eh, cuando me llamó para decirme que no la quería engañar a la novia, acordate. Otro ya no le voy a mandar…

Y el mensaje que le mandé al rato fue:

“La verdad es que me está indignando lo que estás haciendo, Ferni. No sé de qué gran amor me hablaste si ni siquiera sos capaz de llamarme después de lo que pasó entre nosotros”

A las tres horas, ¡tres horas!, llegó la respuesta de Ferni

“Nunca te mentí acerca de mi amor por vos. Realmente sigo tan enamorado como hace ocho años. Pero hasta no tener la sesión con mi counsselling no te puedo decir nada más”

-Ay, no, no, Ana, es un pelotudo, un pelotudo- me dijo Carla cuando leyó el mensaje- ¿Necesita hablar con la counsselling antes? ¿No puede pensar por él mismo?

-Parece que no.

El 12/S (III)

Buenos Aires,septiembre de 2009.

-Bue… bue… pero no….-le dije.

-Sí, sí, no puedo, no puedo estar haciendo esto, metiéndole los cuernos a mi novia- me dijo nervioso – Tenemos que terminar acá. Ya no más, no más….

A pesar de que me costaba aceptar lo que estaba sucediendo: que Ferni me estaba dejando, tuve un efímero rapto de lucidez. Pensé: “Pero si a mí no me gusta, no me va Ferni para nada. Me está ahorrando el trabajo, que él se aleje es lo mejor que me puede pasar…”, y dije:

-Bueno, bueno, está bien, está bien, terminamos acá.

-Pero nos vamos a seguir viendo igual, eh.

-No, no, ya después de lo que pasó, no, lo de seguirnos viendo no me cierra.

-¿No te cierra??¿ Pero por qué?

-Porque no, Ferni, no. Fuimos a un hotel ayer. Fue fuerte la experiencia para mí. No te voy a  ver como amigo mañana. Es obvio que no.

-¿Y dentro de cuánto me vas a poder ver como amigo?

-Ay, no sé, no sé…un año, dos.

-¿Dos años?? Pero es mucho tiempo…

-Bueno, no sé… para mí está bien.

-¿Para vos está bien?-me preguntó y su celular volvió a emitir un ruido.

Ferni sacó el aparato del bolsillo, leyó un mensaje y tecleó la respuesta, apurado y nervioso.

-Pero yo…- me dijo luego y se frenó.

-¿Vos qué? – le pregunté. Esperaba oír una disculpa y una muestra de sincero arrepentimiento por lo que me estaba haciendo. Pero en vez de eso, vino:

-Bueno, bueno, pero yo no sé lo de tu embarazo, no me quedo tranquilo así. ¿Por qué no te tomás la pastilla? Mirá que lo que decís sobre que es abortiva, no sé, no creo. ¿De dónde lo sacaste?

-Ay, no sé, no sé, creo que mi papá una vez lo dijo, pero no sé…- dije.

-Porque yo nunca oí una cosa así, eh. Mirá que no creo que la vendan en esas condiciones. Si el aborto está prohibido… sería ilegal…

-La verdad es que no sé…

-Bueno, no sabés, entonces hay que averiguarlo. Mirá, allá hay una farmacia…- me dijo señalando una que estaba ubicada en frente de donde estábamos – No es abortiva la pastilla del día después, vas a ver, la compramos y vemos lo que dice el prospecto. Si es abortiva no te la tomás y si no lo es, sí, ¿te parece?

-No, mirá, no, o sí, bueno, si te deja tranquilo yo me tomo la pastilla, pero en el entendimiento de que no estoy embarazada, porque yo no creo que haya quedado embarazada solamente con lo que pasó ayer…

-Bueno, no sé, no lo sabemos, estamos en la duda. Por eso vamos, vamos, dale. La compramos y vemos- me dijo y me tomó de un brazo para cruzar la calle.

Entramos a la farmacia. Había mucha gente. Sacamos un número, el sesenta y cuatro, y esperamos unos minutos en silencio, hasta que el celular de Ferni emitió otro ruido. Él volvió a sacarlo de su bolsillo, a leer el mensaje que había recibido y a responderlo nervioso. Yo nada dije. Sabía que lo mejor para mí era sacarme de encima a Ferni para siempre. ¿Pero qué pasaba conmigo después de eso? Porque yo la noche anterior había ido a un hotel con él, había estado completamente desnuda en su presencia y había intentado perder mi virginidad en su brazos. No lo había logrado, está bien, pero: ¿hasta qué punto yo seguía siendo virgen después de eso?

¿Y por qué lo había hecho? ¿Por qué había ido a un hotel a “entregarme” a Ferni? Porque había confiado en él, porque él me había dicho que me amaba, que había pasado ocho años sufriendo por mí, que era capaz de dar todo, de dejar todo y hasta de matar  por mí, y yo le había creído. Por eso había pensado que lo mejor que podía pasarme era enamorarme de Ferni y había concluido que una forma de lograrlo era viviendo mi primera relación sexual con él. La noche anterior me había regalado un oso enorme y esa misma mañana me había enviado un mail en el que me había vuelto a ratificar su amor. También me había hablado de la profundidad de mi mirada y de las curvas de mi cuerpo. ¿Y a la tarde me dejaba?¿Cómo digerirlo?

Otro ruido emanado del celular de Ferni y otra lectura de mensaje con la correspondiente respuesta de su parte. Luego, el grito de la empleada de la farmacia: “Sesenta y cuatro”. Los dos nos acercamos al mostrador:

-¿Sí?- nos preguntó la empleada. Una mujer de cincuenta años, con el pelo descuidado y un poco excedida de peso.

-La pastilla del día después-le dije – ¿Se llama así, no?-le pregunté a Ferni inmediatamente, porque la empleada se había quedado petrificada, mirándome fijamente al oír mi pedido.

-Sí, sí, se llama así- afirmó él.

-¿Pero es la primera vez que la tomás?-me preguntó la empleada, en voz alta. Todos los que estaban en la farmacia podían oírla.

-Sí, sí, es la primera vez.

-Ok- dijo y fue al interior de la farmacia a buscar el medicamento. El celular de Ferni empezó a sonar. Pero esta vez no era un mensaje, era una llamada.

-Es mi novia. Voy afuera- me dijo y salió del local.

Luego, la empleada volvió con la pastilla del día después en sus manos.

-¿Seguro que es la primera vez que la tomas, no? –volvió a preguntarme en voz muy alta.

-Sí, sí, es la primera vez-le dije.

-Porque mirá que tomar esto no es gratis, eh- dijo y yo sentí las miradas de todos los presentes.

-No, no, ya sé, pero es la primera vez.

-Porque no es un anticonceptivo que se puede tomar todas la veces que… que…-dijo sin oírme y en el mismo tono de voz elevado.

-Sí, sí, ya sé, ya sé.

-Porque te puede traer muchos problemas, ¿sabés?

-Sí, sí, sé, sé.- dije. No sabía, pero era lo mismo.

-Desorden hormonal, diarrea, dolor abdominal…

-Sí, sí, sé, sé, ¿cuánto cuesta?

-Y eso es lo de menos, porque si te la tomas más de una vez al mes, te puede dar una embolia pulmonar, un coágulo cerebral y otras cosas más, no te digo para no asustarte…- siguió diciendo la empleada, sin oírme.

“No, no, si con esto que me dijiste me quedo re tranquila”, pensé, pero nada dije.

-Además no es lo más seguro para prevenir un embarazo- dijo de nuevo en voz alta, muy alta.

Me di vuelta para ver cuántos de los clientes me estaban mirando (eran muchos, aunque todos viejos) y para saber en dónde estaba Ferni. No logré ubicarlo en la vereda de la farmacia, a través de la vidriera.

-Sí, sí, sé todo, todo – le dije a la empleada con seriedad y expresión de enojo.

-Bueno, yo te aviso nada más, porque a veces los reclamos nos vienen a nosotros-

-Sí, sí, entiendo.

La empleada me dijo cuánto tenía que pagar por la pastilla del día después y me entregó el paquete. Lo pagué en la caja y luego salí del local. Pensé que Ferni ya se había ido, pero no,  todavía estaba ahí, parado al lado de un árbol, como si buscara esconderse.

Cuando me vio, se acercó:

-No viene mi novia hoy al final-me dijo.

-Ah…-le dije.

-¿Querés que vayamos a otro lado, a tomar otra cosa?- me propuso.

-No, no, mejor me voy a mi casa. Estoy cansada- le dije.

-Ah, sí, yo también un poco cansado estoy. Muchas cosas, lo de ayer fue muy fuerte…

-Sí, sí… son muchas cosas fuertes- le dije por decir.

– ¿Te compro una botella de agua así te tomas la pastilla antes de irte?

“¡Hijo de puta!! ¿Querías ir a tomar algo para asegurarte de que me tragara la pastilla en frente tuyo?!! Pero no, no puede ser… Ferni no es así… no, él me quiere… no…”, pensé y por eso dije:

-No, no, dejá, la tomo en mi casa. Quiero leer el prospecto tranquila….

-Pero no, mirá, tomatela, es mejor, porque el riesgo de embarazo está. Lo leí. Y además ya te dije que no es abortiva.

-No sé eso.

-Pero el riesgo de embarazo es cierto y es alto, Ana.

-Ay, bueno, bueno, ya te dije, la voy a tomar. Pero no es alto el riesgo, yo ya sé que no estoy embarazada. Igual, si a vos te deja más tranquilo, ya te dije que la tomo, no te preocupes. Ahí viene mi colectivo- le dije cuando lo ví llegar y salí corriendo a tomármelo.

Ferni me siguió y me tomó de un brazo para despedirse de mí con un beso en la boca. Yo lo esquivé e interpuse mi mejilla, pero él me dijo: “ No, dame un beso en serio”. Se lo di a las apuradas. “Te llamo”, me dijo luego.

Me subí al colectivo. Cuando logré sentarme, abrí el paquete de la pastilla del día después y leí el prospecto, pero sin mucho cuidado, porque sabía que en ese momento me había convertido en una hipócrita, una gran hipócrita. Aunque la famosa pastilla fuera abortiva yo iba a tomarla ese día. Lo sabía. Estaba dispuesta a hacerlo con tal de sacarme el problema y la preocupación de encima. Toda mi vida había hablado en contra del aborto y ahora que las papas quemaban, dejaba de lado mis principios y cedía ante la conveniencia.

Pero el prospecto decía algo así como: “El medicamento hace efecto hasta la implantación del óvulo Luego de implantado, ya no actúa…” “ Ah… entonces no es abortiva como pensaba, ¿porque implantación qué es? Debe de ser lo mismo que fecundación… no hay problema, con razón la pastilla es de venta libre, ¡qué boluda! Tanto problema al pedo. Yo la tomo tranquila. No pasa nada”, me dije y por eso, cuando entré a mi casa, saludé a mis padres, que ya habían regresado de su día de campo en la casa de Tío Rico y Famoso, y fui directamente a la cocina. Llené un vaso con agua y me encerré en mi habitación. Antes de prender la computadora, agarré la pastilla del día después, me la puse en la boca y me la tragué.

Minutos después, mi mamá me avisó que la cena estaba servida en la cocina. Casi no pude comer. La angustia no me dejaba hacerlo. En mi mente pasaban las escenas de las últimas veinticuatros horas como un video clip realizado por un director de cámaras muy drogado, en la peor de sus alucinaciones. ¿Qué me había pasado? ¿Con quién había estado? ¿Qué había privilegiado yo para llegar a ese punto? Que me quisieran, sentirme segura. ¿Pero Ferni realmente me quería? No lo sabía, o tal vez, no quería saberlo. Era demasiado para soportarlo.

Cuando la comida se terminó, mi papá se levantó de la mesa y se fue al living a mirar televisión, a volumen elevado, como siempre lo hacía. Mientras mi mamá lavaba los platos yo seguía sentada a la mesa de la cocina pensando en lo que me había ocurrido, ausente de la situación.

Mi madre empezó a contarme los chimentos de la familia, como si nada nuevo le hubiera dicho yo esa mañana. Que mi prima Rica y Famosa finalmente se había decidido por estudiar ingeniería y en una universidad muy cara, que mi primito  había empezado a jugar rugby y que  por eso ya no pasaba el fin de semana con sus padres, que Tía Rica y Famosa había iniciado una dieta muy efectiva y demás detalles. Supongo que porque yo no le hice comentario alguno al respecto, mi madre agregó, luego de unos minutos de silencio:

-Ay, ay… yo no sé… ¿habrá embocado bien este chico?

-¿Qué??? – le pregunté.

– Eso, que si habrá embocado bien, que si le habrá apuntado al agujero – aclaró mi madre.

-¡Ay, mamá!, ¿Cómo decís eso?- le pregunté riéndome.

-No digo nada, pero es tan pelotudo, tan pelotudo, que no me extrañaría que no hubiese embocado…

-No, pero no creo…- le dije riéndome con más ganas.

-¿Él ya había tenido relaciones?

-Sí, mamá, ya había tenido. Hace mucho que está de novio.

-Mmm, pero eso… que haga mucho tiempo que está de novio, viniendo de Ferni, no sé… mirá lo que hizo con vos cuando salían antes, ni te tocó…

-Bueno, pero esa era otra situación, era chico…

-¿Y a la novia ya la dejó?

-No, no. Yo le dije que no, que todavía es muy pronto para eso- le respondí. Había una parte de verdad en mis palabras. Yo le había pedido que no dejara a su novia por mí, pero, después de los sucesos de las últimas horas, ya no sabía si Ferni no lo había hecho por mi pedido o porque él en realidad jamás había querido dejarla.

-Bueno, entonces es por rechazo, Ana. Lo que te pasó es un rechazo hacía él. No te gusta. Es por eso.

 -No sé, mamá, no sé – le dije y me levanté de la silla.

Me encerré en mi habitación sintiendo que no le guardaba rencor a Ferni por lo que me había hecho ese día. Todavía podía entenderlo y hasta juzgarlo como a un “inimputable”, un pobre tipo, a quien yo no quería. Y hasta tal vez él se hubiera dado cuenta de eso. Sin duda, lo mejor era que siguiera con su novia y que ya no estuviera en mi vida. Pero igual me urgía hacer algo esa noche. Tenía que avisarle que la pastilla del día después no era tan infalible y que no actuaba después “de la implantación del óvulo”. O sea, para mi entender, que era poco amplio en ese momento, el remedio no servía demasiado, y debía notificarlo de la situación, para que no hubiera sorpresas luego. Por eso le mandé un mensaje: “Te puedo llamar ahora?”, “Sí, llamame”, me respondió enseguida.

Y lo llamé.

Fue lo peor que pude haber hecho.

Los colgados

Buenos Aires, julio de 2009.

Cuando llegué a mi casa todavía sentía el sabor de la boca de Ferni en la mía y me daba asco. Mis padres estaban en el baño, subidos a una silla y pegados a la ventana, escuchando el show de gritos eróticos del vecino y su flamante mujer. Se quejaban por la hora en que tenían lugar últimamente: cuatro o cinco de la mañana, algo que no resultaba muy cómodo para ellos, pues tenían que dejar de dormir para no perderse el espectáculo. Les sugerí que  le pidieran al vecino por carta que mantuviera relaciones sexuales con su mujer en prime time, para no importunar tanto a su público, y luego los eché del baño. Me lavé los dientes tres veces, pero seguí sintiendo el sabor de Ferni  en la boca y tuve que hacerme dos buches con enjuague bucal para que se me fuera.

Me acosté en la cama experimentando una gran angustia. Ese día me había dado cuenta, en el  almuerzo con las chicas de la oficina, que mi virginidad era un obstáculo hasta para hacer nuevas amigas.  Y en el intento desesperado por adquirir el status de mujer normal, había vivido un momento desagradable con Ferni en el auto de Guillermo Santiesteban. Estaba arrepentida de lo que había hecho y también me provocaba culpa el asco que había sentido, aunque no sabía si la causa de ese asco era él o solo el sabor que tenía en su  boca. Me preocupaba mucho también la reacción de Ferni, pues  no quería volver a intentar nada con él y temía que  insistiera en iniciar una relación conmigo nuevamente. Hasta me asusté por la posibilidad de qué él pusiera fin a su noviazgo sin consultarme antes. La misma sensación de encierro que había tenido hacía ocho años, cuando no sabía qué hacer para dejarlo, me invadió esa noche.

Me desperté muy tarde al otro día. Cuando revisé el celular,  encontré un mensaje. Supuse que era de Ferni y me asusté. Pero no, no tenía que asustarme de él , sino de la locura de la gente, pues el mensaje era de Eduardo Carbajal. “Hola, hermosa, cómo  pasaste el  día del amigo ayer? Yo, pensando en vos”, leí.

Creí que se había equivocado de destinatario, que seguramente le estaba haciendo el trabajito de seducción a otra, y no le respondí. Pero a  la hora recibí otro mensaje:  “Me muero de ganas de verte”, que tampoco contesté. Me divertía pensar que se hubiera equivocado realmente y que no se diera cuenta de su error. Hasta imaginé contestarle para seguirle la corriente y reírme un rato, pero no tenía ganas de que nada me distrajera de la gran felicidad que estaba experimentando en ese momento. Creía haber soñado que mis padres entraban a mi habitación para decirme que me habían dejado un regalo en el living, y sentí  una gran alegría al darme cuenta de que no había sido un sueño, cuando vi una caja con una notebook nueva sobre un sillón. Me olvidé de mi virginidad, de Ferni, de Antonio Lombardo y de todo lo demás al sumergirme en la hermosa tarea de explorar y configurar a ese hermoso e impoluto aparato.

Pero Eduardo Carbajal insistió con otro mensaje: “Hermosa, te acostaste muy tarde ayer y seguís durmiendo? Si es así, espero que estés soñando conmigo.” Por tercera vez no le respondí y seguí entretenida con mi nueva amiga, hasta que el celular sonó. Eduardo Carbajal se estaba animando a llamarme. Dudé, pero al final lo atendí:

-¡Hola, hermosa! ¿Cómo estás?- me dijo.

– Bien – le respondí, muy seca.

– Yo acá, con un lío bárbaro, porque el sábado fui a jugar al futbol y me robaron la billetera en el vestuario.

– Ah…

– No sabés, no sabés, terrible lo que me pasó. Tenía quinientos pesos,  los documentos, tarjetas de crédito, el carnet de odontólogo.  Me quiero matar, ahora tengo que hacer un montón de trámites para recuperar todo.

Me tocaba decir algo a mí, pero solo ofrecí silencio.

-¿Por qué no me contestaste los mensajes hoy?- me preguntó.

– Porque no pude. Estaba ocupada – dije por decir algo. Tenía ganas de insultarlo, pero todavía no me animaba a hacerlo.

– ¿Mucho trabajo, no?

-Sí.

– Pero un tiempo para salir conmigo un día de estos me imagino que te vas a hacer.

– No- le dije.

-¿No????

– No- me mantuve.

– Pero…. pero…. ¿por qué?-  preguntó nervioso.

– Porque con un tipo que me dejó plantada no salgo nunca más.

– Pero si yo no te dejé plantada, ¿Qué decís? Te conté que me robaron la billetera, que estuve complicado por eso.

–  Sí, pero eso me dijiste que fue el sábado. Nosotros íbamos a salir el viernes de hace, no sé, bastante, diez días más  o menos. ¿Qué tiene que ver tu billetera?

– Ah, ah, sí, sí, tenés razón. Pero no te dejé plantada. Se me hizo tarde. Te avisé que había perdido el micro.

-Pero me dijiste que te tomabas otro y que venías igual, ¿no te acordás?

– No, no, qué sé yo, estoy con tantas cosas. Ese día me quedé tomando algo con los chicos del posgrado. Me colgué, se hizo tarde…

– Por lo menos me hubieras avisado que no venías.

– ¿No te avisé?- me preguntó, haciéndose el desentendido.

-No, no me avisaste.

– Me colgué, perdoname.

-Ok, está bien.

– Bueno, ¿cuándo nos vemos entonces?

– No, nunca, obvio.

– Pero no seas así, tan estricta. ¿Cómo no nos vamos a ver nunca más? No fue para tanto lo del otro día. Perdoname. Una chica tan hermosa como vos y tan especial, no puede ser tan dura y castigarme así –dijo, intentando halagarme  –  Me pasaron muchas cosas con vos el día que te conocí. Te lo digo en serio.  Siento que me voy a enamorar esta vez. Por eso es una pena que terminemos así algo que puede ser tan lindo. No seas así, dale, veámonos un día de estos…

“¡Qué pibe falso!”, pensé, y se me ocurrió seguir su juego, fingir que le creía y así planear un nuevo encuentro para dejarlo plantado yo esta vez. Pero la venganza no era para mí. Sentí culpa y por eso desistí de la idea. Además era mucho trabajo y no valía la pena.

– Hay  minas muy boludas en el mundo, que les creen a los tipos como vos. Por eso siguen jodiendo- me descargué – ¡Morite, forro! – le dije y corté la comunicación. A veces me animaba a insultar a alguien por teléfono, pero no a escuchar la respuesta al insulto. Me daba miedo.

Eduardo Carbajal jamás me volvió a llamar.

Ese día llegó a su fin sin novedades de Ferni. Sentí alivio de que él no intentara nada, porque me estaba ahorrando el trabajo y la culpa que me provocaba sacármelo de encima. No me gustaba hacerlo sentir mal.

Pero cuando pasó una semana sin que él se comunicara conmigo, mis sentimientos nobles desaparecieron, y comencé a sentirme mal por suponer  que ni siquiera le gustaba a Ferni.

Empecé a revisar el teléfono a cada rato, esperando recibir un mensaje de él. No podía aceptar la idea de ser despreciada de esa manera, y por Ferni, nada menos. A mi psiquiatra, la Doctora Dela Rincón, le hablé sobre el asco que había sentido, le expliqué que no sabía si era por él o por el sabor que tenía en su boca, y ella no emitió opinión. Sólo me preguntó si ese asco también lo había sentido con otros hombres. Le dije que no.

También le expliqué que Ferni no me gustaba y que no entendía por qué me había puesto así y estaba tan molesta  porque no me llamaba y tan pendiente de que lo hiciera.

– Tal vez sea una cuestión de ego, porque  vamos, que ni un tipo como Ferni me dé bola, ya es mucho –  dije molesta.

– Puede ser una cuestión de ego, pero eso demuestra igualmente algún interés en él de tu parte- concluyó Delia Rincón.

– No sé, no creo. Me revienta que después de lo que pasó en el auto no me llame. Me jode pensar que ya no le gusto. No es interés en él. Quiero que me llame y listo. Es eso.

– Bueno, llamalo vos.

– ¡No, ni loca lo llamo yo! Si a mí no me gusta y no quiero que vuelva a pasar nada con él. ¿Para qué lo voy a llamar?

– ¿Entonces?

– ¿Entonces qué?

–  ¿Para qué querés que te llame?

– Ya te dije, para que no me baje más la autoestima. Porque no gustarle ni a Ferni… 

– Por algo él te puede bajar la autoestima – me interrumpió Delia Rincón 

– Pero no creo sentir nada por Ferni. Si yo lo dejé porque no me gustaba y ahora está peor todavía…

– ¿Cómo? ¿Vos lo dejaste? ¿Saliste con él alguna vez?

Sí, salí con él hace ocho años y lo dejé. Ferni, te hablé otras veces de él-  le aclaré, para lograr que recordara.

 – Ah, sí, ya me acuerdo. Es el que me dijiste que es un  paquete, un aparato.

-Sí, ese – dije, sabiendo que las conclusiones que hasta ahora habíamos sacado en la sesión no se aplicaban del todo al caso por confusión de sujeto.

– Y a ese tipo te apretaste…- dijo Delia Rincón sonriendo y negando con la cabeza. Luego se levantó de su silla y la sesión se acabó.

En el ascensor me di cuenta de que “el rockerito” estaba mejorando su aspecto. Se había afeitado la barba y se había quitado los piercing y los aros de las orejas. Solo tenía el pelo largo y un tatuaje en un brazo.  “Seguro  que la novia nueva influyó en su cambio de look”, pensé al salir del edificio.

Los cuatro días

Buenos Aires, marzo de 2009.

Día tres.

Me desperté casi al mediodía.  Al revisar el celular me encontré con dos mensajes de texto. . El primero, del enano maldito, que me decía: “Ya volví. Pensé mucho en vos. Te quiero ver lo antes posible”. El  segundo, de Guillermo Santiesteban: “Llegaste bien a tu casa?  Nos vemos hoy?

Contesté solamente el segundo mensaje: “Llegué bien. Gracias. Dale, nos vemos”. En el transcurso del día pensaría en qué  le respondería al enano maldito, pues ahora él ya no me interesaba y tenía que idear una forma de  sacármelo de encima con diplomacia. Pero en ese momento no podía ocuparme de esa cuestión, porque inmediatamente después de enviarle el mensaje a Guillermo Santiesteban, mi celular se iluminó cuando él me llamó. Luego de los saludos y de las conversaciones incidentales de costumbre, Guillermo Santiesteban quedó en pasarme a buscar por la empresa para ir a cenar.

Trabajé contenta todo el día. Ya no me importaba que mis compañeros miraran con deseo a “las potus”.  Lo único que me preocupaba era que Guillermo Santiesteban desistiera de iniciar una relación conmigo cuando se enterara de que había salido con su amigo Ferni hacía ocho años, si era que todavía no lo sabía. Pero mi mente  afortunadamente podía ser práctica, optando por dejar de lado ese detalle y no ponerlo en la escena.

Por eso salí de la empresa feliz, caminando junto a mis compañeros. Ellos iban a ir a cenar y me invitaron, pero yo les dije que no podía, porque tenía otro compromiso. No tuve que brindarles más aclaraciones, pues en la puerta de la empresa me estaba esperando Guillermo Santiesteban, apoyado sobre la puerta de su auto. Estaba tan lindo que no sabía si estaba viendo algo real o se trataba de una foto de una propaganda de Rever Pass.

Mis compañeros lo vieron y pronunciaron palabras en voz baja que no llegué a oír. Saludé a Guillermo Santiesteban y él me invitó a subir a su auto. Fue muy galante y me abrió la puerta del coche.

Apenas arrancó el auto, me dijo:

-Estás muy linda.

– Gracias – le contesté.

– Ayer también estabas muy linda- insistió.

– Bueno, gracias.

– ¿Qué tenés ganas de comer?

– No sé…

– ¿Te gustan las pastas?

– Sí, me encantan.

– Bueno, conozco un buen lugar…

– ¡Qué bien!

– ¿Sabés una cosa? Ayer me quedé preocupado porque pensé que a lo mejor te había parecido muy caradura.

– Bueno, a lo mejor un poco sí – dije sonriendo.

– Pero yo no soy así, eh. No vayas a pensar cualquier cosa. Porque estoy solo desde hace bastante tiempo, pero no es por nada en especial. Es que no todos los días uno puede conocer a una mujer que lo apasione. Y ayer…- dijo suspirando – no sé… – y volvió a suspirar-  pensaba matar el aburrimiento yendo a tomar algo con Ferni, pero te vi a vos y de golpe me cambiaste todos los planes. No te asustes, eh.

– No, no me asusto. No te preocupes – dije, y él me sonrió.

– Es este el restaurant- me dijo señalándolo.

– Ah, quedaba cerquita- dije mientras Guillermo Santiesteban estacionaba el auto.

Me abrió la puerta del coche, también la del restaurant para que entrara y me acomodó la silla  cuando nos sentamos a la mesa. El lugar era muy  fino y elegante. El mozo nos trajo la carta y dedicamos unos minutos a elegir la comida y la bebida.  Guillermo Santiesteban me propuso  tomar un vino malbec caro y yo acepté.

–  Si me hacen control de alcohol en sangre no me importa,  les dejo el auto y nos vamos en taxi- me dijo.

– Bueno,  igual tratemos de esquivar los controles- dije contenta, porque escuchaba sin dificultad todas las palabras que Guillermo Santiesteban pronunciaba y ya no tenía que lidiar con mis ataques de sordera ocasional que en otros tiempos solían molestarme mucho en estos casos.

Luego de hacerle el pedido al mozo, a nuestra mesa  se acercó un vendedor de flores y nos ofreció un  pequeño ramo de rosas.

– No, no…- le dije al vendedor.

– ¡Qué no! – dijo Guillermo Santiesteba y sacó su billetera para comprar el ramo de rosas.

Luego me entregó la flores. Le agredecí el gesto con un sonrisa sensual, propia de una mujer segura de sí misma y Guillermo Santiesteban me tomó una mano y  me miró fijo, de manera insinuante.  Yo le mantuve la mirada y unos pocos segundos después él se inclinó sobre la mesa, me acarició la cara y me dio un beso en la boca.

Justo en ese momento vi a mi padre,  vestido con ropa de cama, abriendo el portón del garaje de mi casa para que pudiera entrar el auto.  Como mi padre pensaba infundadamente que yo manejaba rápido y mal, tenía la costumbre de alejarse corriendo apenas terminaba de abrir el portón, por temor a que lo atropellara al entrar, una actitud que me causaba una sensación intermedia entre vergüenza y gracia.

Ahora debía volver de nuevo a preocuparme por reemplazar el cláisico “jijiji» que me salía cuando no sabia qué decirle a un hombre y por encontrar una solución que aliviara mis episodios de sordera ocasional.  Porque claro, en el mundo de la fantasía nunca tenía que lidiar con esos problemas, que sí me acosaban seguido en la realidad.

Y esta vez me habían acosado justo cuando estaba a punto de salir de la casa de Carla:

Día dos. Fiesta de Carla. Final real. Parte III.

La madre de Carla me acompañó hasta la puerta. Antes de que la abriera, sonó el timbre. La mujer  miró a través de la mirilla y dijo: “Ah, debe ser el amigo de Ferni, que lo viene a buscar.” No sabía de quién se trataba y me pareció extraño que a Ferni lo pasara a buscar un amigo por la casa de Carla. Pero más extraño me pareció que Ferni tuviera un amigo así, pues cuando la madre de Carla abrió la puerta me encontré parada frente a un hombre espectacular. Alto, morocho, de unos treinta años y de rasgos perfectos,  pero viriles.

–  ¡Hola! Buenas noches. Vengo a buscar a Ferni – dijo con una sonrisa.

– Ah, sí, ¿qué tal? Ferni está comiendo la torta. Vení, entrá y comete un pedazo vos también – le dijo la madre de Carla, y el muchacho, que merece nombre de galán y por eso elijo llamarlo “Guillermo Santiesteban” entró y nos dio un beso en la mejilla a cada una luego de presentarse.

– Hola y chau. Yo ya me voy- le dije.

Guillermo Santiesteban pronunció unas palabras que no alcancé a oír y que, por supuesto, respondí con mi clásico “jijiji”.

– Pobre, ella mañana domingo trabaja- dijo la madre de Carla.

– Ah, que te sea leve- me dijo Guillermo Santiesteban con indiferencia.

– Chau- dije y salí de la casa.

Entré a mi auto y en el viaje, mientras escuchaba la canción “Aventurero” de Lucía Méndez, descargué mis frustraciones imaginando las escenas que les relaté en estos tres últimos posts.

Los cuatro días

Buenos Aires, marzo de 2009.

Día dos. Fiesta de cumpleaños de Carla (IV)

Regresé al  living de la casa de Carla caminando al lado de Guillermo Santiesteban. En el trayecto, él me dijo:

–  Así que te llamás Ana…

– Sí, me llamo Ana – le dije.

– Sabés que yo siempre, desde chico, quise tener una hija mujer para ponerle “Ana”. Me encanta ese nombre.

– Ah, qué bien – le contesté sonriendo sensualmente y olvidando los tiempos en que en estos casos mi timidez me obligaba a usar el clásico “jijiji”.

-¡Qué linda sonrisa que tenés! – me dijo Guillermo Santiesteban mirándome fijamente a los ojos.

-¡Gracias!- dije con voz y actitud de mujer fatal.

Y llegamos al living. Verónica y Ferni estaban parados, hablando  y tomando champagne. El resto de mis amigas y sus parejas habían formado un grupo muy cerca de ellos y escuchaban sentados  los chistes que contaba el marido de “Casada”.

Guillermo Santiesteban saludó con un “Hola” en general a todos y caminó en dirección a Ferni.  Mis amigas y Verónica lo miraron sorprendidas, seguramente debido a su belleza. Guillermo Santiesteban le dio un beso  a Ferni y otro a Verónica. Yo permanecí cerca de ellos,  parada y  al lado del grupo que formaban mis amigas, a pesar de que los chistes nunca me gustaron, y menos los que contaba el marido de “Casada”.

Carla y “Empresaria” me preguntaron  por qué había regresado, en un volumen de voz entre normal y bajo. Pensaba decirles con disimulo y rápidamente lo que me había pasado en la puerta con Guillermo Santiesteban,  pero antes de que pudiera empezar a hacerlo,  Verónica gritó increpándome: “Ana, ¿vos no te habías ido?”

Por suerte ni tuve que pensar en una respuesta, pues Guillermo Santiesteban me ganó de mano:

– Sí, ella se iba, pero yo la retuve – dijo mirándome con complicidad – Decime una cosa – agregó volviendo a dirigirse a Verónica – ¿Vos sos amiga de Ana?

– Sí – contestó ella.

– Bueno, entonces dame la mejor noticia de la noche: ¿Ana no tiene novio, no? –  le preguntó Guillermo Santiesteban, aunque sin prestarle atención, porque estaba entretenido mirándome  y sonriendo.

– No, no tiene – dijo Verónica – Y yo tampoco – agregó acomodándose el pelo con actitud insinuante.

– Bueno, ya te va a llegar- le dijo Guillermo Santiesteban con indiferencia y tomó dos copas de champagne de una bandeja que le ofrecía la madre de Carla.

– ¿Te gusta el champagne?- me preguntó  Guillermo Santiesteban al acercarse y  me ofreció una copa.

-Sí, me encanta – le contesté aceptándola.

– A mí me gusta mucho, pero prefiero el vino. Tinto del bueno, si es posible

– Yo también. No hay como un buen malbec argentino – dije.

– Ah, mirá vos, el malbec es mi favorito.  ¿Qué coincidencia, no?- me dijo contento.

Yo le sonreí sin decirle nada y seguimos hablando el resto de la noche. Guillermo Santiesteban me comentó que sus padres espiaban a un vecino que tenía relaciones sexuales gritando, al igual que lo hacían los míos. También le gustaban las telenovelas. Conocía a Lucía Méndez e incluso había escuchado algunas de sus canciones.  No pudimos dejar de reírnos con felicidad por todas las cosas que teníamos en común y que tal vez  compartiríamos pronto.

Guillermo Santiesteban me dijo que ese sábado tenía planeado tomar algo con Ferni en algún bar, pero hablando y hablando se pasó la hora y nos fuimos de la casa de Carla cuando ya eran las cinco de la mañana.

No sé qué paso con Verónica y Ferni. Si siguieron hablando o si no, porque yo tuve todos mis sentidos concentrados en Guillermo Santiesteban y no le pude prestar ninguna atención al resto. Sólo sé que Verónica se fue  en un auto con “Empresaria” y su novio, y que “Ferni” se retiró más temprano de la casa de Carla en compañía de sus padres y de su abuela.

Guillermo Santiesteban me acompañó hasta mi coche y antes de despedirse me pidió el  número de celular, lo guardó en el suyo y me dijo que le gustaría volver a verme…

La primera en enterarse

Buenos Aires, marzo de 2009.

Mi amiga más cercana, Carla, tuvo su primera relación sexual a los veinte años con alguien que ya es muy conocido en este blog: Danilo. Pero en ese entonces la novia de Danilo no era Carla. Él estaba de novio con otra chica y  le juraba y perjuraba a mi amiga que nunca la dejaría por ella.  A pesar de esto, Carla, que en ese momento estaba muy enamorada , aguantó la situación y tuvo relaciones sexuales con él por primera vez, porque pensaba que Danilo la quería,  pues  la llamaba por teléfono todos los días pretendiendo verla todas las noches. Y no se equivocó en su apreciación, pues luego de un año de idas y venidas tortuosas, Danilo finalmente dejó a su novia para empezar una relación seria con Carla

Por supuesto que hubo venganzas en el medio y mi amiga terminó acostándose con varios hombres en el transcurso de ese año, sólo para poder desprenderse de Danilo, como lo hizo después también todas las veces que el noviazgo se interrumpió por diversos motivos. Pero, aunque Carla ha acumulado gracias a esas experiencias bastante conocimiento en materia sexual, no valora demasiado al sexo y una de sus frases lo demuestra perfectamente: “Los hombres te invitan a comer para coger y yo cojo para que me inviten a comer“. Definitivamente, para ella, las relaciones sexuales no son el mayor placer de la vida, pero son necesarias para asegurarse una compañía masculina de manera rápida y sencilla.

Sirviendo lo anterior de introducción al pensamiento de mi amiga, voy a relatar a continuación parte de la conversación telefónica que tuve con ella apenas llegué a mi casa, luego del encuentro con el enano maldito:

–  Listo, ya está, problema solucionado- me dijo Carla después de oír mi relato sobre la salida con Rubén G.  contado sin todos los detalles – Encontraste a uno que te quiere dar aunque sabe que sos virgen. Eso era lo que vos querías…

 Si, yo quiero que el tipo sepa que soy virgen pero no sé si quiero hacerlo así…- dije, mientras miraba en la pantalla de la computadora los detalles de un nuevo tratamiento para el acné que había encontrado en internet.

 – ¿Por qué no querés? ¿Vos estás loca?

 – Si él no me llama en estos cuatro días, no lo voy a hacer…

 – No te va a llamar en estos cuatro días. Olvidate. El tipo está con la novia.

Bueno, pero en algún momento no va a estar con ella. No viven juntos….

 – Ana, a tu edad, tu problema es algo “quirúrgico”. Lo tenés que hacer y no te tiene que importar si el tipo te quiere o no.

 – Pero si él después no deja a la novia me voy a querer matar…-

  No importa, vos hacelo. Sacate de encima el asunto y listo, no des más vueltas…

 – No sé. Igual yo creo que él me va a llamar…- dije resignada, porque  había caído en la cuenta de que ningún tratamiento para el acné me  iba a quitar los granitos de la cara en cuatro días – ¿Sabés que me hizo algo raro? Me pellizco los pezones, me los retorcía con los dedos…

 – ¡Nooo!!!!! ¿Eso te hizo??!!

  Sí, eso me hizo, ¿se hace siempre? Porque yo ni sabía…

 – Sí, se hace, pero cuando tenés mucha confianza, no así. ¡Qué hijo de puta!

Bueno, ¿ves? Y vos me mandás a que lo haga con él…

Yo no te mando. Pero es lo que hay, qué le vas a hacer…

Lo que más me da bronca es que con las «potus» de la oficina el enano maldito se hubiera portado mejor.

 No, nena,  hubiera hecho lo mismo. No te lo tomés como algo personal. El sexo es así para todo el mundo, es asqueroso, no es nada romántico, se mezclan los lugares por donde comés con los lugares por donde hacés pis, terminás hecha una piltrafa, despeinada y sucia…

Si, ya sé. Pero eso no me importaría si él me llamara en estos cuatro días. Igual creo que me va a llamar…

Bueno, no sé eso. Yo, sinceramente, no creo que te llame… ¿Por qué capítulo vas de la novela de Lucía?

  Por el cincuenta y dos.

 ¡Ah!! ¡Me ganaste! Yo voy por el cuarenta y cinco. No me adelantes nada, eh.

–  No, no, igual no pasó nada tan importante.

–  Ah, ¿ves?, al decirme así me adelantás…

–  Bueno, no me di cuenta.

– Siempre me hacés lo mismo, me quitás la sorpresa… ¿El sábado venís, no?- me preguntó mi amiga en referencia a la fiesta de su cumpleaños.

– Si, ya cambié el horario con Samuel. Salgo a las seis. Voy.

– Vas a ver que las chicas te van a decir que lo hagas con el enano – me dijo Carla, haciendo alusión a tres amigas nuestras.

–  No sé….

–  Y mirá que viene Verónica.

– ¡¿Verónica??!!!

Lo único que me faltaba: ver a Verónica, mi peor enemiga,  en el medio de la espera por un mensaje o una llamada del enano maldito y sin clonazepan que me calmara la ansiedad, pues ya ni tenía psiquiatra que me lo recetara…

Zonas liberadas (VIII)

Buenos Aires, marzo de 2009.

El enano maldito dejó de besarme (o desistió de su intento de violación) cuando le informé que iba a salir gente de la puerta del edificio en cuya entrada estábamos.

Entonces caminamos hacia la estación del tren manteniendo un diálogo que para mí fue uno de los más raros que tuve en mi vida:

–  Bueno, ya que vamos a hacer las cosas con tiempo, mejor planearlas bien: ¿A qué hotel vas a querer ir?- me preguntó Rubén G.

–  No sé…  o sí, sí sé, al que nombraban el otro día en la oficina, el “R”, ¿te parece?

– Sabía que ibas a querer ir a ese- me dijo el enano maldito sonriendo – ¿Y la ropa interior?

– Ni  idea, ¿Por qué? ¿A vos te gusta algo en especial?

– No, para mí cualquier cosa está bien. No gastés plata. ¿Y vos tenés alguna preferencia de ropa interior masculina?

– No, va, si, no, bueno- dije dudando – , la verdad: no me gustan los calzoncillos ajustados. Prefiero los boxer y sueltos- agregué con seguridad.

– Está bien. Yo uso esos. ¿Y bañarnos cuándo te parece? ¿Antes o después?

 – No sé, en el momento vemos.

¿Vas a querer jacuzzi?

– No, por mí no…

–  Ok, por mí tampoco. ¿Y la luz? ¿Cómo te gusta? ¿Muy fuerte, baja o a oscuras?

–  Y qué se yo…. baja, mejor.

– Está bien. Mirá que vas a sangrar…

– No sé eso. No todas las mujeres sangran en su primera vez.

– Sí sangran. Te lo digo por experiencia. Igual no te hagas ilusiones, las primeras veces no son buenas, ni cuando no sos virgen. Se tarda un poco en acoplarse. Por eso después hay que seguir…

– Si, ya sé…

¿El tamaño te interesa?

– ¿El tamaño de qué?- pregunté sin caer en la cuenta de a qué estaba haciendo referencia  Rubén G.

– ¿De qué va a ser???- me dijo el enano maldito mientras introducía sus manos en los bolsillos del pantalón y se los miraba.

– Ah – dije, dándome cuenta de a qué se refería- no, no sé yo de eso.

Porque mirá que la mía es mediana, tamaño standard.

Ah, bueno- dije sin darle importancia a la aclaración de Rubén G.

– Pensar que yo me levanté esta mañana y nunca pensé que a esta hora iba a terminar teniendo esta conversación con vos.

– Yo tampoco…

Continuamos caminando en silencio. Todavía seguía pensando en lo que el enano maldito me había dicho en el pub, en especial lo referente a mi acné. Entonces:

– ¿Te parece tan terrible lo de mis granos?

– No, ya está Ani, no te hagás problema.

– Pero decime.

– Ya te dije… ¿A vos el sexo anal no te cuadra mucho, no?

Ante esta pregunta me sorprendí una vez más por todo lo que Rubén G. podía adivinar de mí sin yo siquiera habérselo insinuado alguna vez.

– La verdad que no. ¿Y cómo sabías eso de mí?

– Por tu cara una vez que salió el tema en la oficina.

– Ah…

 ¿Nunca lo harías?

 No sé si nunca. Habría que estar en el momento, supongo. Pero por ahora te digo que no, no me interesa. Me daría impresión. No creo que sea algo placentero.
 
Es muy placentero.

– No sé…

Y llegamos a una plaza ubicada enfrente de la estación del tren. Como ya era de noche, había muy poca gente…

(continuará)

Zonas liberadas (VII)

Buenos Aires, marzo de 2009.

Fui al baño pensando en las últimas palabras que me había dicho Rubén G. y en todo lo criticable que mi persona le resultaba. Todavía no había llegado a darme cuenta de que el enano maldito podía haberse ahorrado decirme todas esas cosas feas referidas a mi pelo, a mis granos y demás características, al menos en ésta, nuestra primera salida.

Y no sé por qué extraño bloqueo mental atravesaba, pero en el baño, en vez de pensar en cómo pegarle a Rubén G. por todo lo que me había dicho recién, lo que hice fue retocarme el maquillaje y pasarme brillo por los labios. Todavía tenía esperanzas de que el enano maldito me quisiera.

Además, como mi virginidad le gustaba, pensaba que estaba frente a la oportunidad de tener mi primera relación sexual y con alguien por el que, evidentemente, algo sentía. Aunque interiormente sabía que no quería tener sexo con Rubén G. para conseguir mi desvirgue. Quería sólo conseguirlo a él.

Así fue como regresé a la mesa del pub, todavía ilusionada con “capturar” para mí al enano maldito.

Rubén G. estaba esperando que el mozo le trajera el vuelto del pago de la cuenta. Me senté y él me dijo:

Bueno, ¿cuándo vamos a ir?

Ante esta pregunta yo necesitaba probarlo, ver cuánta importancia le daba al hecho de estar conmigo. Por eso elegí un día en el que Rubén G.  estaría con la novia, pero ya a la vuelta de su “excursión a San Pedro”.

El domingo seguro no trabajo- dije.

No, el domingo, no.

El lunes entonces.

No, el lunes tampoco. El martes vuelvo a trabajar. Ese día vemos, mejor.

No podía soportar esto. ¡Cuatro días iba a hacerme esperar a mí y, sobre todo, esperar él! Por eso dije:

– ¿El martes recién vemos cuándo vamos a ir?!!

Si, el martes vemos.

¿Y en estos cuatro días?

No, en estos cuatro días, no.

–  Bueno, pero llamame, mandame mensajitos…- dije, con palabras que salieron de mi boca sin pasar por filtro alguno, seguramente debido a los efectos de la gran cantidad de cerveza que había tomado.

No, Ani, escuchame bien, yo no te voy a llamar ni a mandar mensajes.

Por la expresión que adoptó la cara del enano maldito cuando terminó de decir esto último, creí que esperaba que yo lo insultara, pero, como siempre,  no me animé a hacerlo, y sólo dije:  “Ah, bueno…“.

Luego el mozo le trajo la plata. Entonces nos paramos y salimos a la calle. Una vez en ésta, Rubén G. me dijo:

Hiciste algo muy pero muy mal.

– ¿Qué hice?- pregunté asustada.

Te pintaste los labios y eso deja marcas, ahora no te voy a poder seguir besando, tengo que ir a ver a mi novia.

Pensé: “¿Y si ibas a un hotel conmigo también te hubieras ido a ver a tu novia después?”, pero dije, como una verdadera boluda:”No, no deja marcas, es brillo. Mirá…” y me pasé un dedo por el labio inferior. Luego, él pasó también los suyos, se los miró y me dijo:

Si, tenés razón. Vamos.

Y caminamos unos pasos sin hablar hasta que de repente sentí un gran empujón de costado. Para cuando me di cuenta, el enano maldito me había arrastrado hasta el hueco de la entrada de un edificio y me tenía contra la pared. Había colocado una de sus piernas entre las mías, estaba en puntas de pie haciendo equilibrio para tratar de alcanzar mi altura, aunque sin éxito, y me besaba brutalmente de nuevo. Además, como movía sus manos con mucha rapidez,  no pude evitar que esta vez sí me tocara el culo por debajo del pantalón (nunca nadie me había tocado esa zona por debajo de la ropa antes). Él estaba muy colorado, lo que me hizo suponer  que estaba muy excitado y yo llegué a estarlo también, aunque muy poco…

(continuará)

Zonas liberadas (VI)

Buenos Aires, marzo de 2009.

Después del “Te voy a decir algo, pero no te enojes“, pregunté bastante asustada:

¿Qué me vas a decir?

Que a veces tenés muchos granitos en la cara. Hoy no, pero hay días que sí.

Si, ya sé, hay días que tengo más que otros- dije,  sin hacer referencia a un hecho ya sabido por mí: que me salían muchos granos en la cara los días que estaba menstruando.

¿Y no hacés tratamiento?

Hice, pero son todos externos, con ácido retinoico. Tengo que hacer un sacrificio bárbaro y nunca me dieron mucho resultado. Ahora salió un medicamento que dicen que es bueno, pero como tiene muchas contraindicaciones mi papá no quiere que lo tome. ¿Te parece que es para tanto igual lo de mis granos?

Y no sé, algunos días sí. Y otra cosa, tu pelo, cuando no te pasás la planchita…

Pero hoy lo tengo más o menos bien. Me pasé un poco la planchita a la mañana…

Hoy sí, pero cuando venís con el pelo recién lavado y desde que te lo cortaste, los chicos te cargan…

–  Si, ya sé que me dicen ombú.

Eso era antes. Ahora te dicen nutria asustada.

Ah…- dije con indiferencia.

Y algo peor también, pero no te lo voy a decir porque es muy grosero.

No, ahora decime.

No, Ani, dejalo ahí..

No, decime. No me dejés así ahora.

No,  no te voy a decir…

– Si, dale, decime.

– No, Ani, basta, no te voy a decir.

Bueno, no me digas, igual no sé qué tenés que decir de mi pelo justo vos, que te estás quedando pelado…- dije atacando.

Es por exceso de testosterona lo mío…

Si, pero igual no es lindo quedarse pelado.

Suficiente, Ani, acá el virgen no soy yo.

– Bueno…- dije retraída.

¿Ves? Y además tenés esas cosas también. Hablás demasiado a veces

¿Yo hablo demasiado?

Si, a veces decís malas palabras y eso no queda bien. Además, hablás de futbol y das demasiadas opiniones políticas…

Bueno, yo tengo mis opiniones y me quejo de lo que se queja todo el mundo. No es para tanto…

De religión y de política es mejor no hablar.

A mí no me gusta la gente  que nunca dice  lo que piensa. Ya sé que vos sos así, porque nunca opinás de nada, ni sé qué ideas políticas tenés.

Ni las vas a saber.

Bueno, a mí esas cosas no me gustan.

Como prefieras…

Y los dos permanecimos en silencio por unos minutos. Rubén G. miraba hacia un lado y yo, hacia otro.Luego:

 Además, otra cosa: no podés escuchar a Diana Salazar- dijo Rubén G. en tono de broma ¿De dónde sacaste eso?

– Canta muy bien Diana Salazar para que sepas- le contesté riéndome-, lo que pasa es que nunca se vendieron sus discos en la Argentina. Además ustedes no tenían por qué revisarme el Ipod.

Si, eso ya lo sé, pero vos nos habilitás a que te hagamos esas cosas.

Y como ya no quería oír más críticas del enano maldito, dije:

Bueno, ya es tarde, vamos, tengo que volver a mi casa.

Si, mejor vamos. A mí se me hizo muy tarde para lo del hotel. No te voy a insistir más…

Igual sabés que hoy no quiero ir …

Si, ya sé… ¿Te vas a tomar el tren?

Si.

Yo me tomo el subte enfrente de la estación. Vamos juntos.

Bueno, voy al baño y vuelvo.

(continuará)

Zonas liberadas (V)

Buenos Aires, marzo de 2009.

Después de oír mi «Soy virgen«, Rubén G. se quedó quieto, con los brazos apoyados sobre la mesa, mirando hacia abajo. Noté que se había puesto colorado y empezaba a sonreír. Entonces:

Te parece muy raro, ¿no?- dije.

Ani – me dijo el enano maldito mirándome con seriedad -, a vos te van a canonizar – agregó riéndose.

No pude evitar reírme yo también. Luego, insistí:

¿Pero te parece muy anormal?

No es que me parezca anormal, pero lo que sí me parece es que te estás perdiendo una experiencia muy placentera. Hay que solucionarlo a eso. Yo te puedo ayudar.

Sí, claro, me imagino…

– Obvio…

– ¿A vos te calienta más que yo sea virgen, no?

La verdad que sí – respondió Rubén G.

Y me dio otro beso todavía más fuerte que todos los anteriores. De nuevo, quiso tocarme el culo por debajo del jean, pero no lo dejé. Entonces me quiso meter una mano por debajo de la remera que llevaba puesta y tampoco lo dejé.

Vamos ahora, dale, por favor.

No, G., ahora no.

Me dio otro beso intenso y luego:

Voy al baño y traigo más cerveza. Esperame.

Si…

El enano maldito se fue al baño. Yo permanecí sentada, sin todavía captar del todo la realidad de la situación. Hasta estaba un poco contenta, pues que Rubén G. hubiera intuido que yo tenía un secreto significaba que me había prestado bastante atención. Y también me sentía tranquila respecto a mi confesión, pues si el enano maldito hablaba de mi virginidad con alguien de la empresa, se exponía a que su novia se enterara de nuestra cita, porque ella era amiga de nuestro compañero Marcelo F. y de otros empleados de la firma.

Además, como todavía alimentaba la esperanza de que Rubén G. me quisiera, suponía que no me iba a traicionar desparramando mi secreto.

También esperaba que me dijera algo lindo. Pero me quedé con las ganas, pues, cuando él volvió, se sentó en la silla y me dijo:

¿Y qué es lo que te pasó? ¿Por qué nunca nada?

No sé, nunca tuve una relación larga.

¿Y por qué?

No sé, me cuesta empezar una relación. Tampoco se me acercan tantos y a veces se me acercan algunos que no me gustan nada. Lo peor es que ya ni sé por qué…

Bueno, yo te voy a decir algo pero no te enojes…

(continuará)

Zonas liberadas (I)

Buenos Aires, marzo de 2009.

Llegué a la empresa temprano, la mañana de un jueves, quince minutos antes del horario de ingreso del resto del personal. Estaba muy cansada, pues la noche anterior no había podido dormir bien debido al arrepentimiento que sentía por haberle mandado el mail a Rubén G..

Cuando entré a la oficina me sorprendí, pues el enano maldito había llegado antes que yo y estaba recostado en una silla. Me puse nerviosa, tal vez por estar a solas con él, y no me animé a saludarlo con un beso. Le dije solo un «Hola» de lejos, que él replicó con otro «Hola«, seguido de varias miradas hacia todos los costados, y luego un «Vení, vení, acercate«, que yo hubiera querido contestar con un «¿Y por qué no te levantás y venís vos?«, pero no me animé a hacerlo.

Y por eso terminé al lado del  escritorio de Rubén G., manteniendo este diálogo:

¿Hoy salís a las seis?-
me preguntó el enano maldito.

Si, hoy me toca trabajar de día.

A mí también.

Ya veo.

Escuchame bien – me dijo Rubén G., en voz muy baja y de nuevo mirando hacia todos los costados, para asegurarse de que no hubiera testigos – Te espero a la seis y cuarto en la esquina de la Librería «T», la que está acá a dos cuadras, así vamos a tomar algo y hablamos. ¿Podés?

Si, puedo- contesté sin pedir más ruegos.

Ok, quedamos así entonces.

Rubén G. se volvió a recostar en su silla mirando hacia todos lados. Evidentemente temía que alguien se enterara de nuestra cita clandestina. Y aunque eso me molestó un poco, regresé a mi escritorio sintiéndome mejor (hasta enderecé mi postura), pues el enano maldito estaba demostrando cierto interés al invitarme a salir.

Por eso no pude dejar de hacerme ilusiones especulando con que a la tarde quizás Rubén G. me declarara su amor o algo así. Pero como a la vez me daba miedo que eso pasara, me hice unas preguntas que nunca pude llegar a responderme del todo: ¿Qué decirle a Rubén G. si me ofreciera dejar a su novia? Porque si la dejaba tendría que empezar un noviazgo con él y ya me veía en la quinta de Tío Rico y Famoso presentando a un novio que a duras penas sobrepasaba la altura de mis hombros, una idea que mucho no me cerraba. Entonces, pasé a otra pregunta, más determinante: ¿Quería pasar el resto de mi vida con Rubén G.? Y mi respuesta fue: toda la vida no, pero unos pocos años a lo mejor sí.

Así pasé varias horas del día, tratando de desentrañar mis verdaderos sentimientos hacia el enano maldito. Una pérdida  de energía mental que más tarde me daría cuenta que había sido en vano, precisamente cuando escuché en la oficina esta conversación:

Che, qué bueno que te hayan dado los francos que te debían todos seguidos- le dijo Marcelo F. a Rubén G..

Si, cuatro días.

Tenés un fin de semana más que largo: viernes, sábado, domingo y lunes. ¿Te vas a algún lado?

Si, a San Pedro, con Maura- (la novia del enano maldito) – pero dos días nada más.

¿A San Pedro?? No hay nada en San Pedro, llevala a otro lado, no seas tan rata, gastá un poco más…

Se hace lo que se puede…

Así fue como me enteré que Rubén G. iba a salir conmigo esa tarde para luego irse de viaje dos días con su novia. El enano maldito ni siquiera se había preocupado por tratar de ocultarme el detalle, lo que me hizo pensar en cancelar  mi cita con él.

Pero por tonta,  por ilusa, y por el deseo inmenso de que al fin me sucediera algo lindo, no pude aceptar la realidad y todavía alimentaba una esperanza de que las cosas no fueran tal cual se me estaban presentando. Por eso, a las seis y cuarto de la tarde, estaba llegando a la esquina de la Librería «T»…

Noticia de un secuestro

Buenos Aires, marzo de 2009.

Me resultaba a veces difícil convivir con el osito de peluche que mi amigo Samuel Klein me había regalado el 14 de febrero. Como soy bastante desordenada, cuando tenía mucho trabajo se me acumulaban muchos papeles en el escritorio y el osito generalmente quedaba arrumbado en el medio de ellos, cuando no se me caía al piso y tenía  que molestarme para recogerlo. Había pensado en llevármelo a mi casa, pero siempre olvidaba hacerlo, pues era un objeto del que me acordaba sólo cuando tenía que moverlo.

Por eso un día noté la ausencia del osito recién cuando vi un sobre extraño sobre el CPU de mi computadora, con mi nombre escrito en letras rojas grandes. Lo abrí y encontré dentro un papel que tenía escrito el siguiente mensaje:

“Tu osito fue secuestrado. Si querés volver a verlo con vida, debés pagar el rescate antes de las 17 hs. siguiendo estas instrucciones:

1) Ir a la panadería.

2) Comprar tres docenas de facturas.

3) Dejar el paquete intacto al lado de la máquina de café del pasillo, asegurándote de que no haya testigos.

4) No avisar a la policía, ni a los medios de prensa.

De lo contrario, tu osito aparecerá asesinado con su cuerpo mutilado por toda clase de torturas.”

Me reí suponiendo cuáles de mis compañeros eran los autores de la broma y luego me olvidé del tema a causa de la gran cantidad de trabajo que tenía.

Pero volví a recordarlo cuando pasadas las 17 hs. regresé a la oficina después de tomar un café afuera de la empresa aprovechando mi hora de descanso y encontré a mi osito ahorcado y colgado de una ventana con una cinta que usábamos para atar legajos de clientes.

Todos nos reímos y el incidente no pasó a mayores, aunque igualmente fui obligada a comprar las tres docenas de facturas.

Como ese día, Ernestina T., “el potus”,  tenía franco y no se enteró del secuestro, mis compañeros repitieron la misma broma con ella dos días después, utilizando uno de sus ositos (el que tenía sobre el monitor de su computadora), pero con resultados muy diferentes a los obtenidos conmigo.

En efecto, “el potus” notó la ausencia de su osito inmediatamente y comenzó a buscarlo con la mirada para luego preguntar por él con cierto dejo de enojo y preocupación en el tono de su voz. Todos le contestamos con un “No sé” dicho entre risas y Ezequiel Z. le hizo notar la presencia de un extraño sobre en su escritorio, el que Ernestina T.  abrió para pasar a leer su contenido muy cuidadosamente, dada la seriedad del asunto.

Esperaba una risa de su parte al darse cuenta de la broma, pero sucedió todo lo contrario, ya que “el Potus” tiró el sobre con gesto de indignación al tacho de basura y dijo: “No es gracioso esto. Ustedes no saben el valor que el osito tiene para mí. Es el primer regalo de mi novio (bastante cornudo, por cierto) ¡Cómo me molesta que toquen las cosas que no son suyas! Luego, salió de la oficina ofuscadísima.

Creía que mis compañeros no se preocuparían por esta absurda reacción infantil de Ernestina T.. Sin embargo, todos empezaron a mirarse seriamente preguntándose qué hacer al respecto. Mauro L. , nuestro jefe, decidió encargarse del asunto y salió al pasillo con el osito en sus manos para calmar a nuestra compañera. Pero no lo logró, pues, a los quince minutos, volvió a la oficina con gesto de culpa y amargura, ya que, según nos informara, “el potus” estaba con lágrimas en los ojos, llena de bronca, casi amenazando con abandonar su puesto de trabajo.

Estaba esperanzada en que alguno de mis compañeros fuera lo suficientemente inteligente y se diera cuenta de la exagerada reacción de Ernestina T., tal vez debida a su incipiente pérdida de protagonismo a causa del advenimiento de Potus Reloaded. Pero no fue así, pues, una vez que Mauro L. nos hizo conocer el estado de enojo de Ernestina T., todos los hombres de la oficina fueron saliendo en grupos de a dos al pasillo a tratar de disculparse y calmarla, tarea que llevaron a cabo sin éxito hasta el final de la jornada laboral, mientras yo los miraba preguntándome cómo podían ser tan boludos y no darse cuenta de tamaña actuación por parte de nuestra compañera. Incluso mi amigo Samuel Klein se los dijo directamente: Ernestina se está haciendo la diva, le gusta que le rueguen, va a volver sola, pero ninguno le dio la razón y todavía al otro día dudaban de si vendría o no a trabajar. Por supuesto que vino, un poco actuando de enojada, pero más calmada, y pudo disfrutar todo el día de las atenciones y palabras amables que mis compañeros hombres le supieron brindar en compensación por “el mal momento” que le hicieron pasar.

Y esta fue la historia de cómo, esta vez sin proponérmelo, terminé aprendiendo algo de mi compañera “el potus” que utilizaría para estudiar la reacción de un hombre conmigo pocos días después….

Yo no sé quererte más (I)

Buenos Aires, febrero de 2009.

Debía prepararme muy bien para ir a cenar con Ferni, pues él ahora tenía novia y había que dar batalla. No fuera a ser cosa que se cumpliera el colmo de mi vida y hasta Ferni se diera el lujo de despreciar mis encantos.

Como ese día me tocaba hacer un horario extraordinario y empezar a trabajar  a las nueve de la mañana, me levanté casi de madrugada, a las cinco y media para ser más precisa, a efectos de tener tiempo para lavar mi pelo, hacerme brushing y pasarme la planchita.  Con este detalle listo, cuando regresara de trabajar por la tarde, sólo tendría que ponerme  la misma vestimenta que  había usado en la cita con Mario Villarreal y maquillarme. Luego me subiría al auto, que vale la pena la aclaración, no era mío, sino de mis padres, y pasaría a buscar a Ferni por la esquina que habíamos acordado,  a las nueve de la noche.

Tomé el tren esa mañana pensando en que a Ferni lo había visto por última vez hacía poco tiempo en el velatorio del padre de Carla, su prima y mi amiga. Hasta ese momento no había sabido nada de él en casi ocho años, pues los padres de Ferni y los de Carla se habían distanciado muy poco tiempo después de que yo lo dejara, a raíz de un problema relacionado con la herencia de un familiar en común.

El tren estaba atestado de gente, pero yo viajaba sentada y tranquila, sin temor a tener un ataque de pánico, pues había tomado mi dosis diaria de clonazepan.  Lo único que me preocupaba era  que me quedaban pocas pastillas de este medicamento y  ya no tenía psiquiatra que me lo recetara, pues la Doctora Delia Rincón me había dejado plantada, yéndose de vacaciones sin avisarme, y esto no se lo iba a perdonar nunca.

Pero no quise atormentarme con esas cuestiones y me dispuse a disfrutar de un viaje relajado escuchando los «hits» de Lucía Méndez.  Justamente, estaba de lo más entretenida analizando la letra de su canción: “Yo no sé quererte más»,  que en parte reflejaba mis sentimientos hacia Ferni, cuando de golpe se produjo un hecho que merecía ser  adornado con música de suspenso de telenovela mexicana. En efecto, mi vista detectó que Antonio Lombardo  viajaba en el mismo vagón. Estaba parado entre la gente , unos cuantos metros más adelante de donde yo estaba sentada.

Me puse nerviosa, pero sabía que él todavía no me había visto, lo que me daba cierta impunidad para observarlo a mi antojo. Fue entonces cuando noté que Antonio Lombardo hablaba con una mujer, que de a ratos le acomodaba la corbata y le pasaba la mano por una mejilla, como quitándole una mancha. La mujer en cuestión tendría unos cuarenta y cinco años y no era atractiva, pero su trato confianzudo hacia él me hizo suponer la existencia de alguna relación entre ellos.

Pasé todo el viaje mirándolos y no puede notar ningún gesto de Antonio Lombardo hacia la mujer.  Más bien parecía que ella estaba tratando de seducirlo, pero él no acusaba recibo. Y esto no era porque me hubiera visto, pues Antonio Lombardo recién notó mi presencia cuando  llegamos a la estación terminal y el tren comenzó a vaciarse. Cruzamos una mirada de lejos, pero yo, casi por reflejo de timidez, bajé la vista, salí por la puerta más lejana a él, y seguí mi camino sin saludarlo.

Pasé la jornada de trabajo entera pensando en Antonio Lombardo y en esa mujer, aunque sentirme más atractiva que ella me impedía tenerle celos.

Recién pude olvidarme del asunto cuando llegué a la esquina en donde había acordado encontrarme con Ferni.

Él estaba esperándome, encorvado y pelado. Tenía veintinueve años, igual que yo, pero de lejos (y de no tan lejos) aparentaba cincuenta. Al verlo desde mi auto me pareció tan poco atractivo que hasta tuve ganas de acelerar y dejarlo plantado. Pero no podía ser tan mala. Por eso frené el coche. Ferni entonces me vio, se subió, cerró la puerta, y yo…

…yo sólo pisé el acelerador…

¡Llegaron los refuerzos!

Buenos Aires, febrero de 2009.

Mi obsesión por resolver mi problema sentimental y sexual me llevaba a leer todo papel que encontrara referido a esas cuestiones. Le prestaba atención a los resultados de cualquier encuesta del tipo : “¿por cuánto tiempo nos enamoramos hoy en día?», “¿quién debe llevar el preservativo?”, “¿qué hacer si él tiene mal aliento pero igual te gusta?” y demás. También conocía todos los estudios estadísticos sobre la materia. Por eso sabía que el 70 % de las parejas formadas en la Argentina durante los últimos diez años se habían conocido en ámbitos laborales.

Y como Empresa Pedorra S.A. se estaba expandiendo, necesitando cada vez más empleados,  era muy factible que yo también «expandiera» mi espectro de galanes con ella y pudiera  así estar incluida en ese 70% de afortunados que encontraban al amor de su vida en su lugar de trabajo.

De las nuevas incorporaciones de la empresa dependía entonces gran parte de mi destino sentimental. Por eso esperé con ansias durante varios días la llegada de tres nuevos compañeros a mi oficina…

…hasta que ellos finalmente llegaron y los conocí…

Se los presento:

“Matambrito”: una chica de unos treinta años, con pelo largo enmarañado casi similar al mío, aunque más largo, que se maquillaba mucho y estaba excedida de peso en unos quince kilos aproximadamente. A pesar de este detalle, ella no parecía tener ningún complejo, pues se vestía con ropa hiperestrecha (musculosas de lycra y minifaldas de jean) que provocaban el escape de sus rollitos de grasa entre los ajustes de su vestimenta. De ahí que mis compañeros la llamaran, desde el primer día, “Matambrito”, por la característica ya descripta.

“Rosita” : el único hombre nuevo en la oficina era, lamentablemente, la presencia más femenina del sector. Se vestía con pantalones ajustadísimos de tiro muy bajo que dejaban ver la marca “Dufour” de sus calzoncilllos, y usaba musculosas de colores llamativos los días de mucho calor, o camisas de seda con un brillo que encandilaba, los días más frescos. Estudiaba para graduarse de «Chef»,  pero “internacional”, como varias veces aclaraba mientras revoleaba sus manos.

Mi amigo Samuel Klein, el que siempre se vanagloriaba de ser un gay muy masculino, no tardó en llamarlo ”loca pasiva”. Pero la acotación de Marcelo F., refiriéndose al nuevo compañero como “Rosa de lejos, puto de cerca”, hizo que al fin le quedara “Rosita” como apodo exclusivo.

Potus Reloaded» : una chica de unos veinticinco años, de estatura normal  y muy pero muy delgada, casi desgarbada. De pelo entre rubio y marrón, bastante corto, con ojos marrones y  nariz diminuta (demasiado, probable cirugía).  Se vestía de  manera similar a Ernestina T., “el Potus”, a saber:  con remeras holgadas de colores claritos, jeans sueltos y chatitas. Pero esta nueva compañera le agregaba a su look naif unas hebillitas que decoraban su peinado, seguramente compradas en la sección “kids” de Todo Moda.

Un detalle significativo de su personalidad lo constituyó el hecho de que a los dos días de empezar a trabajar adornó el monitor de su computadora con varias calcomanías de Shrek (no tenía ni tengo nada en contra de Shrek, pero no puedo apreciar cuál es la urgencia de tener sus fotos cerca).

Esta nueva compañera pasaba tan desapercibida que casi ni se la veía. Por eso la catalogué inmediatamente dentro de mi sección «mujeres insignificantes». Pero esta vez no me agarraron desprevenida, pues sabía muy bien que toda mujer clasificada por mí en esa categoría iba a ser seguramente categorizada por mis compañeros en otra muy distinta, justamente en la sección de «mujeres atractivas». Y no me equivoqué, ya que los hombres del sector se miraron con complicidad a su ingreso, no tardando en despacharse hablando de su supuesta belleza la primera vez que ella abandonó la oficina para dirigirse al baño.

Como esta  mujer no ameritaba que los hombres de mi sector le crearan un apodo o sobrenombre, «Potus Reloaded» es de mi autoría.

En virtud de lo expuesto, supe en ese momento que si encontraba novio alguna vez, no iba a estar incluida en el  70 % de mujeres que conocía a su pareja en ambientes laborales. Por eso comencé a concentrarme en otra cuestión más importante y presente, como lo era el saber cuál era el apodo que mis compañeros me dedicaban, pues si al primer día de entrar a trabajar “Rosita” y “Matambrito” ya lo tenían, yo debía también de tenerlo seguramente.

Y con ese fin lo encaré a mi amigo Samuel Klein directamente:

– Si a los nuevos de la oficina les pusieron sobrenombres tan rápido, yo uno debo tener. ¡Decímelo ya!

–  No, no tenés ninguno– me contestó Samuel, con voz y cara de estar mintiendo descaradamente.

– No te creo- insistí.

– No tenés ninguno. Y ya me lo preguntaste veinte veces ¡Dejate de joder! No tenés apodo, sos como “los potus” que tampoco tienen– afirmó mi amigo con falsa seguridad.

– ¡Dale!! No me tomés de pelotuda. Yo tengo uno seguro– dije, y Samuel se sonrió.

-Bueno, te lo digo, pero solamente porque no es tan grave y a lo mejor te sirve saberlo. A vos te dicen “Ombú”.

– ¿Ombú?!! ¿Por qué??-  pregunté desconcertada (a veces tardaba en caer).

– Por tu pelo.

– No entiendo-  dije, tratando de razonar.

– Porque cuando no te pasas la planchita tu cabeza parece la copa de un ombú…

Demasiada plata llevaba invertida en toda clase de cremas antifrizz y en alisantes de cabello como para ganarme ese apodo. Eso era una injustica que me hizo pensar seriamente en demandar a los fabricantes de esos productos.

Pero no podía ocuparme de eso en ese momento, pues antes mi mente me pedía una dosis de dos días seguidos de martirios pensando en que había llegado virgen a los ventinueve años, en que no tenía un trabajo bueno, en que  mis compañeros me decían «Ombú», en que Mario Villarreal me había depositado «totalmente», en que Antonio Lombardo me había dejado sin antes intentar desvirgarme, y…

y…

…¡En que ni siquiera Ferni me había llamado!!!!!!

Fue entonces cuando el display de mi celular se iluminó repentinamente y frenó la catarata de pensamientos lacerantes. El inflador de mi autoestima se había activado, pues:

¡Ferni me estaba llamando para invitarme a cenar al otro día!

Y eso, en el estado en el que estaba, había que agradecerlo…

Para leer de abajo hacia arriba

Buenos Aires, febrero de 2009.

Es un mail con historia. Empezar por el número uno.

4)

De: Tía Linda

Para: Ana Golk

Asunto: Rw Rw Rw Agradecimiento

—————————————————————————————————

Ana,

            Me pusiste muy nerviosa con lo de mi supuesto error al interpretar la última frase de Mario Villarreal. Es obvio que el tipo no me va a mandar un mail así si pensara en no verte más o quisiera algo conmigo. Además, yo estoy muy vieja para él. Aparento menos edad de la que tengo, pero no creo que se fuera a acordar de mí después de verte a vos.

             Y esas conclusiones que sacás se deben seguramente a que no tenés idea de cómo tratar a un tipo. Pero no es tu culpa, quedate tranquila. La culpa es de tu madre, que como no sabe nada no te supo enseñar, ya que habiendo sido una mujer muy linda solamente se pudo levantar a tu viejo y justo cuando estaba al borde de entrar en la edad del retiro afectivo.

            Otra cosa y no te enojes: a mí Mario Villarreal no me llevaba al cine a ver «Operación Valquiria» ni muerta. Le hubiera sabido decir «No» de una manera que lo dejara contento. Por ejemplo, haciéndole ver que la iba a pasar mejor charlando conmigo que viendo una película, porque a los hombres hay que saberlos llevar para sacarlos buenos. 

                  Te mando un beso y a ver cuándo venís a que te instruya.

                  Tía Linda

http://www.estoyalpedotodoeldía.com.ar/

3)

De: Ana Golk

Para: Tía Linda

Asunto: Rw Rw Agradecimiento


Tía Linda,

             Me parece que tuviste un error grosero de interpretación del mail de Mario Villarreal, porque el «Espero nos veamos a mi regreso» estaba dirigido a vos, no a mí. Igualmente te agradezco tus buenas intenciones, pero no creo que lo mío con este tipo amerite un encuentro forzado más.

             Saludos.

             Ana Golk

http://www.empresapedorra.com.ar/

2)

De: Tía Linda

Para: Mario Villarreal

CCO (Copia oculta): Ana Golk

Asunto: RW Agradecimiento


Hola Mario:

                      Me alegro de que las cosas hayan salido bien con mi sobrina. Ese era mi presentimiento. Ana es una chica bárbara, la vas a pasar muy bien con ella. Como vos, espero que cuando vuelvas se vean de nuevo y puedan comenzar una linda amistad o algo más, si el destino lo quiere.

                    Un beso grande y buen viaje.

                    Tía Linda

http://www.estoyalpedotodoeldía.com.ar/

1)

De: Mario Villarreal

Para: Tía Linda

Asunto: Agradecimiento


Hola!

        No quería empezar mis vacaciones sin antes enviarte estas líneas. La pasé estupendamente bien con tu sobrina Ana el domingo. Una persona totalmente divina. Se nota lo muy inteligente que es y me hubiera quedado muchas horas hablando con ella, lástima que el lunes tenía que trabajar.

        Espero nos veamos a mi regreso.

         Bye

         Mario Villarreal

Gerente Departamento Compliance Officer

Phone +54 11 4349-XXXX Ext. 11XX

www.empresamultinacionalsupertop.com.ar

Un 14 de febrero trabajando…

Ese sábado 14 de febrero de 2009 estaba contenta por tener que  trabajar. Me distraía del asunto Lombardo, de mi virginidad, y de paso también dejaba de martirizarme un rato pensando en que ni siquiera Ferni me había llamado, todas cuestiones que  se agudizaban más en esa fecha.

Pero:

Llegada a la empresa

En la puerta vi a Ernestina T., “el Potus”, y a su novio, despidiéndose con un beso. Ella, con un ramo de flores en la mano.
Sentí lástima por el novio, ya que todos en la oficina sabíamos que «el Potus» había salido hacía poco tiempo con Mauro L. y algo había pasado entre ellos, pero ella se mostraba  renuente a terminar su noviazgo para empezar una relación formal con él.

Entrada a la oficina

Analía Bagayo no estaba, le había tocado franco. Léase: El Potus y yo, las dos únicas mujeres en el lugar. Ella, con un ramo de flores en sus manos. Yo, sólo con el celular, por si Antonio Lombardo o  Ferni llegaran a llamarme.

Principio de la jornada

Aparecieron dos sobres abultados en el buzón del correo interno. El hecho era a priori extraño tratándose de un sábado, pues las demás áreas administrativas de la empresa no trabajaban y no había correspondencia interna ese día.

Destinatario de los dos sobres: “el Potus”.

Remitentes: anónimos.

Contenido del sobre Nº 1: Una caja adornada (probables chocolates o algo así) y una cartita.

Contenido del sobre Nº 2: Un osito más otra cartita.

Sospechosos de los envíos: Mauro L. y Martín N., los lindos. Las presunciones estaban basadas en las miradas que ambos se dirigieron durante la apertura de los mencionados sobres.

Mitad de la jornada

Escritorio de “el Potus»: Al osito que ya tenía colocado sobre el monitor de su computadora, ahora le hacía compañía otro osito ubicado sobre el CPU de la misma. Al lado de la computadora, un florero lleno de flores. Al lado del florero, la caja adornada con, tal vez, chocolates en su interior.

Escritorio de Ana Golk: sólo papeles, carpetas, y el celular a la vista, que nunca dio señales de funcionamiento.

Llegando al final de la jornada

Entró a la oficina el encargado de seguridad de la empresa. Se dirigió directamente a mi escritorio con un bulto envuelto en papel de regalo y una cartita colgando del mismo.

Abrí el paquete casi emocionada imaginando a Antonio Lombardo en la puerta de la empresa, esperándome con unas disculpas por el “Necesito un tiempo“, y dando una excusa telenovelera del tipo: “Te tuve que dejar porque el villano de la historia me estaba extorsionando y si nuestra relación continuaba ibas a ir a la cárcel por mi culpa. Por eso debí renunciar a tu amor…”

Pero abrí la “cartita” y leí:

“No cambies tu cara de alegría. Lamento informarte que ningún hombre está enamorado de vos, pero no podía permitir que “el Potus” te ganara 3 a 0. Ahora tenés osito vos también, ponelo encima del monitor y rezale todos los días para que el próximo 14 de febrero “el Potus» haya renunciado, la hayan echado, o vos te hayas conseguido tres amigos más, tan buenos como yo.”

 Firmado: Samuel Klein.

(mi amigo gay)